“Esta tarde de sol me puse a mirar
tu postal bajo un haz de luz
(radiante luz)
una frase duró hasta el anochecer
recordarte es un hermoso lugar”

La imagen

Una fe las fotografías más famosas del mundo de la música es la que tomó Pennie Smith durante el tour the “Clash Take the Fifth”. Allí, el21 de septiembre de 1979, The Clash tocó en el The Palladium, en Nueva York. Y Smith captó el instante justo en que Paul Simonon, el bajista de la banda, estrellaba su bajo Fender Precision contra el escenario.

Smith estaba fotografiando a la banda para el álbum, y no quería saber nada con que su foto fuese utilizada, ya que estaba fuera de foco. Pero diseñadores gráficos pensaron que sería muy buena para la tapa del álbum, y allí fue que cubrió el álbum London Calling. Imagen ya famosa de The Clash. En el 2002 la foto de Smith fue elegida la mejor fotografía de rock and roll de todos los tiempos “porque capturó el momento cumbre del rock, la pérdida total del control”.

Fuente: haciendofotos.com

“Lo importante es ser honesto y coherente con lo que uno piensa”

Cerca de doce mil personas, según los organizadores, presenciaron a la vera del Paraná la última noche del Festival de la Música del Litoral, en el Anfiteatro Antonio Ramírez. Fuera del predio aguardaban otras 500 para ingresar.
Gieco fue el broche de oro a la noche de clausura del Festival. Con un tiempo que acompañó en todo momento, León tocó cerca de dos horas. El público se deleitó con temas de los setenta como ser Todos los Caballos Blancos, La Rata Laly y el El país de la Libertad y otros actuales como La Memoria, el Ángel de la Bicicleta y De igual a igual. Recordó la lucha de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y a otras mujeres a lo largo de la historia como Rigoberta Menchú, también así al Pocho Leprati- asesinado por policías en la feroz represión del 2001-. Al dedicar Cinco siglos igual a los presidentes latinoamericanos, una potente voz femenina retumbó desde el público: “Néstor Vive”; instantes después el público rompió en cálidos aplausos a modo de homenaje. Para la mitad de su presentación los conductores de la noche hicieron entrega del Mensú de Oro para León Gieco, premio entregado ediciones anteriores a artistas como Ramón Ayala, Peteco Carabajal, Chango Spasiuk, entre otros.

“Sabemos que va a pasar pero queremos sentar postura”, dijo en rueda de prensa al referirse a los desmontes, represas y la construcción de minas a cielo abierto en varias partes del país.
Al recordar a Joselo Schuap, como un luchador igual que él, una de las periodistas presentes le entregó una carta escrita por el mismo Joselo para León, quién se emocionó al recordarlo, “es un groso” dijo a la prensa.
El gran cierre fue Solo le pido a Dios interpretado con el coro municipal, quienes hicieron emocionar al público desde el inicio de la pieza. Desde las gradas se leían banderas, en manos de jóvenes, que rezaban ¡No a las Represas! y ¡Dijimos No!, al momento de interpretar de Igual a Igual.
Pachon Lira, Los 4 de Córdoba, Los hijos de los Barrios, Grupo Generación de Paraguay, los del 9 fueron algunos de los artistas presentes en esta noche también. Cerca de las 3 de la madrugada dio por finalizado el festival con fuegos artificiales y el aplauso efusivo de las más de diez mil personas que presenciaron los espectáculos bajo una cálida noche de primavera que nunca abandonó la velada.

Fuente: .misionesonline.net

Charly García tiene listo "Kill Gil", su nuevo disco

Buenos Aires, 24 de noviembre (Reporter). Un lustro después de que comenzara su grabación, finalmente Charly García pondrá a la venta en la primera semana de diciembre "Kill Gil", el disco que realizó con producción de Andrew Oldham.

La producción fue planeada por el ex líder de Sui Generis como una suerte de ópera rock corrosiva y potente, con una crítica al estilo de vida que veía en Buenos Aires.

Luego de una tumultuosa génesis y accidentada grabación, en plena etapa oscura y excesos del cantautor de "Clics modernos", una versión demo de todos los temas apareció en Internet en 2007.

En ese momento, circularon fuertes versiones de que el responsable de esa filtración fue nada menos que su hijo Miguel, cuya relación con García estaba deteriorada entonces y todavía no se recompuso.

Mientras las copias piratas de "Kill Gil" circulaban tanto en los sitios de descargas como en discos regrabados, la prensa y los fanáticos celebraban la originalidad y frescura de los flamantes temas.

Esta buena recepción obligó al intérprete a brindar en su momento shows de presentación del material, aún sin haber sido editado oficialmente. "Kill Gil Acto Final: Olvídate del Rock Nacional" fue el título de los conciertos brindados en La Trastienda Club en 2007.

Ahora, totalmente recuperado de sus demonios interiores y con su poder de convocatoria en todo el continente intacto, García le pondrá un broche de oro a este proyecto.

La placa estará a la venta desde el 7 de diciembre complemente producida y remezclada con la última tecnología, en formato CD + DVD.

La novedosa edición contará con las doce canciones que el músico escribió en su momento en el disco y en el DVD, versiones Dolby Sorround 5.1 de las mismas, acompañados por animaciones basadas en 104 pinturas hechas especialmente por García.

Festival El Abrazo

Más de 30 mil entradas ya se han vendido para el evento que reunirá a los principales nombres del rock chileno y argentino. Para el 11 de diciembre se esperan hasta 60 mil personas.

SANTIAGO.- Serán nueve horas de música ininterrumpidas, con dos escenarios en los que se alternarán los 18 artistas hasta ahora confirmados. A poco más de dos semanas del festival El Abrazo, ya comienzan a establecerse las primeras definiciones para un día que, se espera, marque un hito en la agenda en vivo de 2010.

El 11 de diciembre, los primeros acordes sonarán exactamente a las 15:30 horas en la elipse del Parque O'Higgins, en una jornada que debería concluir alrededor de las 00:30 horas. Por ello, se estima que los artistas deberían actuar entre 30 y 60 minutos, lo que se definiría en función de su popularidad, trayectoria y de las eventuales sociedades que se establezcan arriba del escenario.

Al respecto el abanico está completamente abierto y, según explica Sebastián Matamala, de marketing de Cristal, la idea es abrir el espacio a las sorpresas, tanto para presentaciones conjuntas como para un posible cierre colectivo.

Lo que está prácticamente descartado en la adición de nuevos artistas, por lo que la actual nómina de 18 nombres sería la definitiva. Sí queda por definir el orden en que actuarán, infomación que sería entregada alrededor de una semana antes del evento, de modo que el público pueda programar mejor su horario de arribo al Parque O'Higgins.

El día del festival, los dos accesos al área del evento abrirán a las 12:00 horas, y habrá distintas posibilidades para paliar el calor que se espera, entre ellas una zona con camiones algibe para la repartición de agua y un área de sombra en la que cabrían cerca de cinco mil personas.

Hasta el momento, ya hay más de 30 mil entradas vendidas, con el sector Vip Cristal ya agotado (las otras localidades son cancha vip y cancha general). Los organizadores esperan que ese día lleguen hasta 60 mil personas.

La nómina de artistas tiene confirmados a los argentinos Charly García, Fito Páez, Vicentico, Andrés Calamaro, Luis Alberto Spinetta, Babasónicos, León Gieco, Gustavo Cordera y Fabiana Cantilo; y a los chilenos Los Jaivas, Jorge González, Beto Cuevas, Lucybell, Chancho en Piedra, Los Bunkers, Joe Vasconcellos, Los Tres, Nicole, Denisse Malebrán y Javiera Parra.

Por Sebastián Cerda, Emol

La imagen

Roger Waters, Gustavo Cerati y Pedro Aznar en la casa de Roger en New York. Roger muestra a los dos, la guitarra que le regaló Les Pauls.

"Mercedes era una mujer con un mensaje que trascendía el canto"

Fabián Matus y Rodrigo Vila El hijo de “La Negra” y el realizador hablan del documental que están produciendo sobre la vida, música e influencia de Mercedes Sosa a lo largo de toda América latina.

Es raro estar sentado en este living y que ella no aparezca por una de las puertas. En el departamento de la calle Pellegrini, todo está igual. Los sillones mantienen la disposición; el bellísimo retrato que le hizo Carlos Alonso sigue colgando de la misma pared y, cada tanto, aparece María preguntando si “los señores quieren algo para tomar”. Pero ella no está.

Mercedes Sosa murió hace trece meses. Y en esos mismos sillones de su casa ahora se sientan su hijo Fabián Matus y el director Rodrigo Vila. Juntos, comenzaron a hacer un documental sobre “La Negra”. La idea, cuentan, es una suerte de road movie por América latina para contar, entre otras cosas, cómo su figura influenció a líderes políticos de la región. La lista de entrevistados es extensa. Va desde los familiares cercanos -Matus será el entrevistador- hasta artistas como Caetano Veloso, Julio Bocca, Sting y Daniel Barenboim, entre otros. Y también políticos como Lula, Evo Morales, Felipe González y Cristina Fernández de Kirchner.

“Hoy existe cierta unidad en América latina, que tiene una relación estrecha con el mensaje que la mami comenzó a emitir muchos años atrás. Creo que es posible contar a todo un continente a través de una sola persona. No sale una Mercedes Sosa todos los días”, cuenta Fabián, en el mismo living que “La Negra” usaba para recibir a sus amigos y dar entrevistas.

¿La idea del documental surgió antes o después de la muerte de Mercedes Sosa? ¿Cómo nació la idea de darle un eje político? Matus: A un mes de la muerte de la mami, con un grupo de amigos comenzamos a pensar en acciones para mantener vida su imagen y su obra. En primer lugar, lanzamos una radio por Internet ( www.lanegraradioweb.com.ar ), que está funcionando desde el año pasado. Y en segundo, pensamos en esta película. Durante muchos años, cuando acompañé a Mercedes en las giras, participé en entrevistas que ella tuvo con presidentes; eran charlas que ellos mismos pedían y que resultaban riquísimas, por la intimidad de lo que contaban. Espero que parte de esas historias queden reflejadas en la película.

¿Cómo eran esos encuentros? Matus: Contaban cómo y dónde la escuchaban cuando ella estaba prohibida. Además, esos líderes políticos la señalaban como un elemento importante en su formación ética y cultural.

Mercedes como un actor político...

Matus: Claro que la mami era un actor político y usaba la canción como su instrumento para hacer una tarea humanista. Era una mujer con un mensaje que trascendía al canto. Recién a partir de su ausencia comenzamos a dimensionar su trabajo.

¿Qué lugar tendrá la música en el documental? ¿Qué espacio ocuparán las entrevistas? Vila: Claro que habrá música y que estará ella cantando, junto a otras imágenes que no se vieron anteriormente. La película está lejos de ser un cúmulo de entrevistas. Nos interesa oír las opiniones de los personajes, pero también sentirla a ella; saber qué decía a través de su música y cómo se expresaba. No será simplemente un documental periodístico. Vamos a mezclar cosas del documental clásico con guiños más artísticos.

¿En qué lugar te parás, Fabián, a la hora de entrevistar? ¿Cómo te sentís vos frente a las cámaras y en ese papel de productor y de hijo? Matus: Yo sigo siendo el fan número uno y el observador de todo lo que pasaba en las giras. Las entrevistas son abiertas, sin una meta muy específica, pero con temas que queremos abordar. El objetivo siempre es Mercedes Sosa y extraer de cada persona la influencia que ella dejó. Las historias son diferentes. Para Chico Buarque, ella era la líder de un movimiento. Para Julio Bocca, en cambio, Mercedes era un corazón, puro sentimiento.

¿En qué etapa de producción está la película? Vila: Estamos en preproducción, realizando las entrevistas. Estuvimos en Brasil con Chico Buarque, alguien que habitualmente no atiende a la prensa. Además, hicimos otras y estamos tramitando una con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Como director, es una ventaja tener a Fabián interactuando con los personajes por todo lo que él representa. Por haber hecho el DVD de Cantora , me metí en el mundo de Mercedes con una visión despojada de prejuicios. Pensé que yo podía aportarle algo a ese documental y terminó siendo al revés.

En el dossier de prensa, hay una carta abierta de la familia Sosa. En un fragmento que llama especialmente la atención, Matus dice: “Queremos llegar a ella desde un lugar íntimo, lejos de la severidad”. Fabián Matus explica cómo era la otra Negra, la que pocos conocían y la que él quiere dejar también reflejada en este trabajo.

¿A qué te referís con eso de la severidad? Matus: Quiero que la gente conozca una parte de lo que nosotros conocíamos bien de Mercedes. Ella era graciosa, simpática, divina y un encanto de persona. Puertas afuera, mucha gente la recuerda por algunas declaraciones duras, fuertes y de convicciones. Queremos también sacarla de ese lado y poner ese costado más tierno, sin tanta severidad. Sentarse a almorzar con ella era una fiesta, un encuentro maravilloso.

María ofrece otra vez algo para tomar. Ellos se entusiasman con la película. Fabián cuenta que, desde su muerte, está descubriendo a “una persona que no tenía muy claro el alcance que tenía”. El director cuenta los personajes que faltan entrevistar. Al poco rato, todos se van. Y queda de nuevo este living solitario, con el retrato de Alonso mirando al horizonte.

Por Diego Jemio

John Bonham

No es fácil obligarse a recordar, mucho menos intentarlo sin hacer caso a las efemérides. Aprovechar las fechas para volver sobre aquello que debe ser rememorado es una de las alternativas: usar el calendario para combatir el olvido. Hace 30 años, el 25 de septiembre de 1980, John Bonham, baterista y pieza fundamental de Led Zeppelin, dejó la vida en esta tierra. Sin embargo, su legado en la historia de la música lo trascendió hasta nuestros días: excepcional y virtuoso, marcó a las generaciones posteriores con su técnica y su estilo particular.

Dios Salve a La Reina

Sábado 6 de noviembre, 21 hs. Anfiteatro Municipal Humberto de Nito (Parque Urquiza - Rosario). Dios Salve a La Reina presentará su nuevo espectáculo titulado Queen Sinfónico 2.

Por entradas agotadas para la primer función, Dios Salve a la Reina agrega una segunda fecha al día siguiente.
Luego de convocar a más de 6500 personas en sus primeros shows del año en el Teatro El Círculo, la banda rosarina que tributa a Queen se unirá en este nuevo show junto al Ensamble de vientos Municipal de Rosario, la Camerata Clásica Rosario, el coro tributo a "Queen" (Dirección F.Ciraolo) y el Coro "Argentun" (dirección Sergio Romero). Además formará parte del recital la destacada solista soprano Daniela Ratti.

Crack Bang Boom: Primera convención internacional de historietas

En el marco de la Primera convención internacional de historietas en Rosario, que se desarrolló en el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC, bajada Sargento Cabral y el río) y el Centro Cultural Parque de España entre el jueves 21 y el domingo 24, quedó inaugurada una muestra en Galerías con originales de algunos de los historietistas más importantes del mundo, quienes estarán presentes en las jornadas, pensadas como un espacio de encuentro e intercambio para conocer los comienzos de grandes artistas, maestros, autores preferidos y algunos consejos para quienes estén empezando en esta disciplina. La muestra, que permanecerá en Galerías hasta el domingo 14 de noviembre, contará con trabajos del norteamericano Brian Azzarello, el surcoreano Jim Lee, el mexicano Humberto Ramos y el español Pasqual Ferry, entre los extranjeros, así como de los argentinos Horacio Altuna -que viene de España especialmente a la inauguración de la exposición- Francisco Solano López, Carlos Trillo, Domingo Cacho Mandrafina, Eduardo Risso, Ariel Olivetti, Marcelo Frusin, Juan Sáenz Valiente, Juan Bobillo, Leandro Fernández y Francisco Paronzini.

Abierta hasta el 14 de noviembre, de martes a domingos de 15 a 20. Gratis.

Las Pastillas del Abuelo

Las Pastillas del Abuelo tocarán por primera vez en el Anfiteatro Municipal de Rosario hoy a las 21.30. El ascendente septeto de rock porteño presentará su álbum, “Versiones”, grabado en vivo en un show en el programa “¿Cuál es?”, de FM Rock and Pop.
   Liderado por el cantante Piti Fernández, el grupo —que ya tocó dos veces en Obras y una vez en el Luna Park— tiene al rock and roll como base e incluye otros estilos en sus canciones, tales como el reggae, el candombe, el jazz y el country.
   La banda dio su primer recital importante en 2002 en su propio barrio: una sala a metros de la estación Primera Junta del subte A, y Fernández recuerda esa fecha — 31 de mayo— como el bautismo con sus leales seguidores, que marcharon con trapos desde el colegio Mariano Acosta hasta la sala, ocupando parte de la avenida Rivadavia.
   En pocos años, y por el boca a boca saltaron de internet —con el tema “El sensei”— al primer show en un estadio. Piti Fernández, difónico por un show dado la noche anterior, intenta explicar el fenómeno.
   —Yo creo que hoy tenemos bastante carretera bajo la suela. Pasan los años y el camino es vertiginoso. Los primeros tres años de la banda fueron bastante tranquilos pero después el crecimiento fue abrupto. Cada tanto, también, salimos un poco de ese vértigo; tocamos en Obras, en el Luna Park, y después paramos. Es como que logramos una meta grande y luego bajamos a tierra. También disfrutamos la calma que viene después de todo momento vertiginoso.
   —Ese vértigo, que imagino resultante de la fama y éxito, ¿llegó a marearlos alguna vez?
   —Cuando hablo de vértigo estoy hablando de esos 20 días previos a un gran show donde empiezan a aparecer los desafíos. Por ejemplo,sería menos vertiginoso tocar en Galpón 11 que en el Anfiteatro.
   —¿De chico soñabas con un futuro parecido al presente de Las Pastillas?
   —Sí, ni hablar. Para mí el futuro es el resultado de nuestros actos de ayer y de hoy. Sigo soñando. Hoy sueño con que nuestras canciones se escuchen en toda América latina, y la verdad es que soñar es el primer paso para que algo se concrete.
   —¿Se inscriben en la tradición de los grupos del rock argentino que lograron con el público una conexión especial?
   —Ojalá. Por ahora soy feliz porque Las Pastillas generan en algunas personas muchísima emoción, y eso ya es gratificante.
   —¿Qué sedujo al público?
   —La gente dice que se trata de las letras y de la variedad de estilos. Para esta generación de pibes Las Pastillas es la banda que está sonando y trabajando desde hace un buen tiempo. No somos los primeros, es evidente, pero así están las cosas...
   —¿Hubo un modelo cuando empezaron?
   —La verdad que no. El modelo de banda fue el nuestro, eso queríamos construir. Primero fueron llegando las ideas individuales y en algún momento empezamos a pensar y a actuar como las Pastillas, es decir, en primera persona del plural. Cada uno escuchaba su estilo de música. Uno salsa, otro heavy, otro rock británico, otro jazz... Un abanico extraño, pero como Pastillas del Abuelo creamos, creo, un sonido original.
   —Cuando se crece de golpe, ¿hay algun miedo?
   —¿Alguno? (risas) Un montón. Pasa que el miedo es como un compañero de la confianza, algo que la complementa. Hay que lograr que esas cosas que te atemorizan se transformen en algo que no te dañe. Esos miedos aparecen todo el tiempo y no sólo en el ámbito de la banda sino también en otras cuestiones, como la salud, la familia, el amor.
   —¿Qué tenés que seguir trabajando para crecer más?
   —El cuidado de la voz. Anoche tocamos y, como verás, hoy me cuesta mucho poder hablar con normalidad.

Los derechos humanos como una cuestión de Estado

Fue con su llegada a la Casa Rosada que la larga lucha por verdad y justicia emprendida por los organismos de derechos humanos durante la dictadura militar y que se hiciera extensible durante los gobiernos de Raúl Alfonsín tras las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida y luego con los indultos de Carlos Menem, que la batalla comenzó a ser ganada para el bien de la salud de la República.

La asunción de Kirchner a la presidencia dio un giro impensado en la materia y tras cerca de una década –durante la cual el menemismo intentó diluir el tema–, el santacruceño decidió no eludir su responsabilidad institucional y eligió poner el pecho; existían 30.000 buenas razones para que los derechos humanos pasaran a ser política de Estado.

El día en que la infatigable e intransigente Hebe de Bonafini decidiera ingresar en la Casa de Gobierno sin su pañuelo blanco, símbolo de la resistencia de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, para estrecharse en un abrazo sentido con el mandatario, quedó claro que algo comenzaba a cambiar. Ella, que se había enfrentado a los dictadores y a dos ex presidentes, marcaba el camino de una nueva relación entre la política y los organismos.

A poco de asumir el poder el 25 de mayo de 2003, Kirchner ordenó derogar el decreto que impedía la extradición de represores argentinos reclamados por la justicia española.

Poco tiempo más tarde, en agosto de ese año, el Congreso, a instancias suyas, declararía nulas las denominadas “leyes del perdón”; y ya con una Corte Suprema de raíz garantista, los juicios a los represores se iban a multiplicar a lo largo y a lo ancho de todo el país. Fue el momento en que represores de la talla de Miguel Etchecolatz, Antonio Domingo Bussi, Luciano Benjamín Menéndez o Alfredo Astiz –entre otros tantos– iban a comenzar a recorrer los tribunales para afrontar las consecuencias por los horrendos crímenes cometidos.

Un año más tarde, ordenó que el 24 de marzo se conmemorara en todo el país, poniendo el tema en la agenda pública. Ese mismo día, en 2004, en una decisión de profundo valor simbólico, le ordenó al general Roberto Bendini, comandante en jefe del Ejército, retirar de las paredes del Colegio Militar de la Nación los cuadros con los retratos de los dictadores Jorge Videla y Reynaldo Bignone.

En su discurso iba a señalar que “como Presidente vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades”. Al conocerse ayer la noticia de su deceso, la mayoría de los organismos de derechos humanos hicieron conocer su consternación y no les faltaban motivos.

Estela de Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo, dijo haber “perdido a un amigo” que dio la vida por su país” y agregó que “se fue alguien indispensable”. Por su parte, Hebe de Bonafini, de Madres de Plaza de Mayo, mediante un comunicado de prensa, dijo que “llora la muerte de Néstor Kirchner lo mismo que la de sus hijos”, en tanto que Taty Almeida, de Madres Línea Fundadora, asumió que “no hay consuelo”, en tanto que desde la comunidad judía se alzó la voz de Guillermo Borger, titular de la AMIA, quien sostuvo que “ha fallecido un verdadero luchadorde la política argentina” con “altos valores morales y humanos que vamos a extrañar”.

Charly García celebra 59 años entre rockstars

Charly García, uno de los exponentes más importantes del rock en español, por su trascendencia en grupos como Sui Géneris, Serú Girán y en su carrera como solista, festejará su cumpleaños 59 en compañía de sus amigos y un fanático que podrá estar presente mediante un concurso.

El intérprete de “Rezo por vos” y “Yendo de la cama al living” recientemente comentó que desea celebrar de una manera distinta y tranquila, luego de haber realizado una gira internacional.

Por ello, el también músico se reunirá este sábado con algunos de sus amigos, entre ellos Luis Alberto Spinetta y Ramón “Palito” Ortega, entre otros, así como con un fan, quien por medio de un concurso lanzado en “Twitter” se ganó su entrada a la reunión.

Entre sus más recientes recitales, Charly García se presentó hace unos meses en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México, como parte de su gira “Say no more”, en el marco de la promoción de su nuevo disco “El concierto subacuático”, mismo que fue grabado en vivo con alta tecnología.

Carlos Alberto García Moreno, quien nació el 23 de octubre de 1951, debutó en 1972 en la música, al participar en el primer disco de Raúl Porchetto, “Cristo rock”.

Desde 1995 y tras una pelea con su madre Carmen Moreno, cambió su nombre de manera legal a Carlos Alberto García Lange, siendo el segundo apellido el de su abuela paterna cuando era soltera.

En la secundaria conoció a Carlos Alberto “Nito” Mestre, por lo que junto a él, Carlos Piegari, Beto Rodríguez y los hermanos Belia formó la banda Sui Géneris, que tras sufrir varias deserciones, quedó convertido en un dúo.

Grabaron tres discos: “Vida” (1972), “Confesiones de invierno” (1973) y “Pequeñas anécdotas sobre las instituciones” (1974), con todo estilo folk estadunidense, de moda en aquella época, pero en 1975 se separaron tras grabar el álbum doble “Adiós Sui Géneris”.

Un año después lanzó un disco con el grupo PorSuiGieco, junto a los líderes del rock acústico Raúl Porchetto, León Gieco, “Nito” Mestre y María Rosa Yorio.

Con la banda La Máquina de Hacer Pájaros, un proyecto novedoso que se orilló hacía el rock sinfónico. En su corta vida grabó dos discos, “La máquina de hacer pájaros” (1976) y “Películas” (1977).

Entre 1978 y 1982, García lideró Serú Girán, una de las bandas claves en el rock nacional argentino, que reunía a los mejores músicos de dicho lugar. Con esta agrupación editó cinco discos: “Serú Girán” (1978), “La grasa de las capitales” (1979), “Bicicleta” (1980), “Peperina” (1981) y “No llores por mí, Argentina” (1982).

Tras ello, comienza su carrera como solista, Raúl de la Torre le encargó la banda de sonido de su película “Pubis angelical”. De manera simultánea, editó “Yendo de la cama al living”, álbum que ayudado por la difusión que se le daba en ese momento al rock argentino, tuvo una gran recepción por parte del público.

Canciones antológicas surgieron de él, como “No bombardeen Buenos Aires”, “Inconsciente colectivo” y “Yo no quiero volverme tan loco”. En su siguiente trabajo, “Clics modernos” (1983), se inclinó más por el pop-rock. Fue presentado en el estadio Luna Park.

La trilogía esencial de García se completa con “Piano bar” (1984), un álbum rockero que tiene a “Demoliendo hoteles” y a “Raros peinados nuevos” como sus máximos logros.

En 1985 se editó la recopilación “Grandes éxitos”; junto a Pedro Aznar grabó “Tango” (1986), cuya difusión fue muy escasa, época en que de manera paralela, renovó su banda, entonces integrada por Richard Coleman (guitarra), Fernando Samalea (batería), Andrés Calamaro (teclados) y Daniel Melingo (sax), se denominó Las Ligas.

En 1987 llegó “Parte de la religión”, considerado por muchos como el mejor disco de García solista; un año después compuso la banda sonora de la película “Lo que vendrá”, de Gustavo Mosquera.

También actuó y trabajó en su el álbum “Cómo conseguir chicas” (1989), esencialmente un trabajo de recopilación de canciones sueltas que García, por diversos motivos, nunca había editado.

Su disco “Filosofía barata y zapatos de goma” se lanzó en 1990, con el que debió sortear un juicio por “ofensa a los símbolos patrios”, ya que incluía una versión del Himno Nacional Argentino, que, finalmente, terminó por ser autorizada por los Tribunales.

El 1991, reunió a 26 mil personas en Ferro para el recital Despedida del Año. En esa oportunidad, ingresó al escenario dentro de una ambulancia: era la forma que había elegido para burlarse de su internación en una clínica, a mediados de año.

Las versiones periodísticas indicaban que Charly ingresó por una sobredosis, hecho confirmado con una publicitada relación amistosa con el Pastor Carlos Novelli, director del programa de rehabilitación Andrés, que terminó en escándalo de acusaciones recíprocas.

En 1992, representó al rock argentino en Les Alumées, una muestra de la cultura porteña que se realizó en Nantes, Francia, donde convocó a seis mil personas y fue recibido por el alcalde de la ciudad.

Ese mismo año se dio el reencuentro con Lebón, Aznar y Moro para revivir a Serú Girán. Con la placa en estudios “Serú ‘92”, realizaron recitales en Córdoba, Rosario y dos estadios de River, durante los cuales se registró otro álbum doble.

En 1993 fue de silencio discográfico, pero de mucha presencia en los medios, toda vez que diversos medios sobre escándalos siempre lo tuvieron como protagonista, a la par de varias internaciones en clínicas de desintoxicación.

posteriormente, comenzó una gira, pero la banda soporte, Los Indeseables, sufrió la deserción de Carlos García López e Hilda Lizarazu, ambos abocados a sus proyectos individuales, por lo que García convocó a María Gabriela Epumer para cumplir funciones, en la guitarra y coros.

En 1994 se lanzó su publicitada ópera-rock “La hija de la lágrima”. Como tal, este trabajo incluyó muchos pasajes instrumentales de virtuosismo. “La sal no sala” y “Fax U” son los cortes que sobresalieron.

Un año después se presentó en el Festival Internacional de la Canción, en el estadio mundialista de Mar del Plata, ahí, adelantó material de su nuevo disco “Estaba en llamas cuando me acosté” (1995), al frente de la banda ahora bautizada Casandra Lange, los temas fueron grabados en vivo.

En 1997, se presentó en el festival de Cosquin, junto a Mercedes Sosa, con quien grabó un disco de canciones propias interpretadas por la afamada cantante, titulado “Alta fidelidad”; en 1998 sacó “El aguante”. Y luego de cerrar el ciclo “Buenos Aires Vivo III”, editó un disco en vivo denominado “Demasiado ego” (1999).

Otros discos en su haber son: “Obras cumbres vol. 1” (1999), “Obras cumbres Vol. 2” (1999), Charly & Charly, (1999), “Influencia” (2002), “Oro” (2003), “Rock and roll yo” (2003) y “Música del alma” (reedición. 2006).

En 2007, García empañó la celebración que se realizó en la disco Sala Murano para festejar el cumpleaños del chileno Miguel “El Negro” Piñera, luego que el argentino intentó patear a una fan, rompió un teléfono celular e insultó a los invitados.

En 2008 fue internado nuevamente y pasó por tres clínicas (una en Mendoza y dos en Buenos Aires). A finales del año comenzó a grabar un nuevo disco. Fue así que el 7 de agosto de 2009 publicó el primer tema de su nuevo álbum, “Deberías saber por qué”.

De esta forma, tras un año y medio de tratamiento, Charly García vuelve a los escenarios con gira de conciertos que lo mantienen vigente, no sólo en su natal Argentina, sino a escala internacional.

Paul McCartney actuará en Argentina en noviembre

En el marco de su gira de despedida de los escenarios, el ex Beatle Paul McCartney anunció que tocará el 14 y 15 de noviembre en Argentina.
Será la segunda vez -en un lapso de diecisiete años- que McCartney dará una serie de conciertos con su banda en Buenos Aires.

Si bien las fechas ya están confirmadas, aún no se definió el lugar y el escenario del concierto podría el estadio de River, el de Vélez o algún otro.

Según versiones que corrieron en las últimas horas; todo dependerá de qué productora local sea la que finalmente traiga al músico al país, ya que hay varias negociando para realizar los shows.

Además, algunos colaboradores del artista viajaron recientemente a Buenos Aires para cerrar las tratativas, por lo que se espera que pronto se definan los últimos detalles.

El ex Beatle volverá a América Latina con una gira que, además de Argentina, incluirá escalas en Brasil, Chile y, según se especula, Perú.

La primera vez que McCartney tocó para sus fans argentinos fue en diciembre de 1993, con tres shows que colmaron la capacidad del estadio del barrio de Núñez.

John Lennon


Es difícil imaginar qué suceso suena más improbable: el 70 cumpleaños de John Lennon o el trigésimo aniversario de su muerte.

El día en que el fallecido músico de Liverpool se hubiera convertido en septuagenario, sus seguidores visitan el sector Strawberry Fields del Parque Central neoyorquino y asisten a un concierto benéfico cerca de allí.

Los homenajes al ex integrante de los Beatles y militante pacifista incluyen un mosaico que donó la ciudad italiana de Nápoles. Además, una placa nombra los 121 países que están a favor de declarar Strawberry Fields como Jardín de la Paz.

El sector, de una hectárea (2,5 acres) fue bautizado como la canción de Lennon, cuyas letras dicen que "vivir es fácil con los ojos cerrados, entendiendo mal todo lo que ves".

La celebración del cumpleaños de Lennon comenzó el viernes en Inglaterra, donde la filial británica de Google divulgó un video nuevo de una canción del músico.

Charly García quiere completar su disco "Kill Gil"

Doce meses después de su regreso triunfal a los escenarios de toda la región, el músico bicolor retomó una obra que lleva la producción de Andrew Oldham y que podría ver la luz a fin de año.

García busca así darle un buen broche a un proyecto que tuvo muchos sobresaltos y se filtró en Internet -según algunos detractores por obra de su hijo, Miguel- generando un escándalo de proporciones y enfrentando a ambos.

Lo cierto es que mientras las copias piratas circulaban tanto en los sitios de descargas como en los puestos de los "manteros" que venden copias piratas, la prensa y los fanáticos celebraban la originalidad de los flamantes temas.

Esta buena recepción obligó al intérprete a brindar shows de presentación del material, aún sin haber sido editado oficialmente. "Kill Gil Acto Final: Olvídate del Rock Nacional" fue el título de los conciertos brindados en La Trastienda.

Ahora un renovado García retocará las versiones originales y le sumará material nuevo en una edición especial junto con un DVD.

Aunque no hay confirmación, se supone que se mantendrán los tres covers de la placa, "Play with Fire", de los Rolling Stones; "Watching the Wheels", de John Lennon y "Heart to Hang onto", de Pete Townshend.

Bon Jovi regresa a la Argentina para presentar “The Circle Tour”

Luego de rumores y especulaciones, el conjunto de rock y pop Bon Jovi anunció en su página web oficial que regresará a la Argentina para tocar en el estadio de River el 3 de octubre.

La agrupación oriunda de New Jersey, que lleva más de un cuarto de siglo sobre los escenarios y acumula más de 120 millones de discos vendidos en todo el globo, se encuentra de gira de la mano de su último disco "The Circle".

La placa sorprendió el año pasado al colocarse entre las más vendidas en los Estados Unidos y marcó el reencuentro del grupo con su sonido característico, con el que descolló en la década del 80.

La visita marcará la primera presentación del cuarteto liderado por Jon Bon Jovi -y que completan Richie Sambora, David Bryan y Tico Torres- en 15 años, tras su recordado concierto en noviembre de 1995, brindado con localidades agotadas.

En el marco de su tour mundial, que ya tuvo más de 30 presentaciones con un éxito rotundo en Estados Unidos, Bon Jovi tocará el 3 de octubre en el estadio de River Plate.

Attaque 77 - Tributo a Riff

Attaque 77, visitará Rosario por segunda vez en el año. Esta vez no a tocar temas propios, sino a repasar los clásicos de la legendaria banda argentina Riff, aquella que los marcó en la adolescencia.

Hace tan sólo tres meses pasaron por Rosario a presentar su última producción discográfica Estallar.

1º de octubre, 22hs. Willie Dixon (Suipacha y Güemes). Luego de su reciente visita en el mes de Junio, Attaque 77 regresa para hacer un tributo a Riff.

Skatalites - Nonpalidece

La banda mas importante de jamaica se sube al escenario con la banda reggae más importante de latinoamérica, Skatalites y Nonpalidece. Barras, selektors, bandas locales, fiesta reggaee. Viernes 24 de septiembre, 22 hs. Salón Metropolitano (Alto Rosario Shopping).

The Skatalites
Hablar de este grupo es sin lugar a dudas hablar del comienzo de la música jamaiquina moderna.

Luego de la independencia de la pequeña isla caribeña en 1962, un ritmo se apropió de la efervescencia producida por tan importante acontecimiento: el Ska, esta mezcla de Rhythm & Blues, Mento, Jazz y música Afro Cubana, fue el emblema de la nueva nación que dejaba de ser parte del imperio británico para comenzar su propia historia.

Se considera a The Skatalites como la “banda madre” de la que salieron todas las demás, ya que varios de sus integrantes fueron los que concibieron lo que hoy conocemos como Reggae. Cabe destacar que muchos de los éxitos con los que Bob Marley conquistó el mundo como “One Love”, “Put it On” ó “Simmer Down”, fueron escuchados por primera vez de la mano de The Skatalites, quienes acompañaron a este cantante en no menos de 150 grabaciones en el primer período del grupo de Wailing Wailers (Bob Marley, Peter Tosh y Bunny Wailer).

Muchas de sus canciones son considerados los clásicos más importantes del género y no han dejado de sonar desde que fueron grabados hace más de cuarenta años.

La banda que se presentará en Argentina incluye a varios “suplentes” de gran trayectoria dentro de la música jamaiquina como, el bajista Val Douglas(Tocó junto a figuras de renombre como Bob Marley, Pablo Moses, Peter Tosh, The Congos, Beres Hammond, Augustus Pablo, Aswad, Lee Perry, King Tubby, Abyssinians, Meditations y el guitarrista Eric Gale). También Vin “Don Drummond Jr.” Gordon (uno de los pilares del sonido Reggae, ha grabado prácticamente en todas las producciones musicales de la isla en el período 1965/79).

Los tres miembros originales que continúan luego de 40 años son el baterista Lloyd Knibb, verdadero sello distintivo de la banda, el saxo alto Lester Sterling, que fue uno de los primeros músicos en tocar en vivo sobre pistas en los Sound Systems de Kingston hace casi cincuenta años y la dulce Doreen Shaffer conocida como “the Queen of Ska”.

Por su parte, Nonpalidece la banda reggae mas importante de latinoamérica, se revela como una experiencia llena de colores y matices –los elementos acústicos, los cruces con el blues y el jazz– que llevaron a su punto máximo en su ùltimo CD, El fuego en nosotros.

La banda mantiene intacta la intensidad y justeza que la caracteriza, pero sin dudas, la experiencia y profesionalismo que adquirió en sus casi 15 años de trayectoria le da a este nuevo disco un sonido distinto al de los demás. Nonpalidece se presenta en Rosario días después de su show en el Luna Park.

Ronnie James Dio

La muerte de Ronald James Padavona, más conocido como Ronnie James Dio en mayo de este año ha enlutado a la comunidad metalera en todo el mundo. Dio, tenía 67 años.

Su legado musical prevalecerá por siempre en los corazones de todos sus fanáticos, cuya voz es y será reconocida como una de las más carismáticas en el mundo del rock. Diferentes bandas y músicos han presentado sus respetos hacia su viuda, Wendy Dio, quien se mantuvo a su lado siempre durante la mayor parte de la vida del mítico cantante.

Dio, el legendario vocalista de bandas como Black Sabbath, Rainbow y Heaven and Hell, deja un enorme vacío entre sus familiares y amigos, así como los millones de fanáticos que gozaron con sus producciones discográficas a lo largo de los años.

Tommy Iomi, ex guitarrista de Black Sabbath y compañero de banda en Heaven and Hell, dijo que “mi querido amigo Ronnie ha muerto. Aún estoy en shock, no puedo creer que se haya ido. Él era una de las personas más agradables que pudieras haber conocido. Puedo decir que fue un honor haber tocado con él todos estos años. Te extrañaré mucho, mi querido amigo.”

En un mensaje en la página oficial del cantante en Facebook, la viuda de Ronnie James Dio declaró que muchos familiares y amigos han podido despedirse en persona de Dio, antes que falleciera. “Ronnie sabía cuan querido era por todos. Apreciamos mucho el amor y el apoyo que nos han mostrado. Por favor, dennos unos días de privacidad para lidiar… con esta terrible pérdida. Por favor, sepan que él los amaba a todos y su música vivirá por siempre”, declaró.
Descansa en paz, Dio. Siempre fuiste lo que cantabas en tus canciones, un arcoíris de luz en la oscuridad.

Charly García y Jorge González lideran cumbre Bicentenario en Parque O'Higgins

El evento se hará el 11 de diciembre y tendrá un cartel de 16 artistas, ocho por cada país.

Sus organizadores sueñan con una elipse del Parque O'Higgins repleta de banderas chilenas y argentinas, con acentos porteños tropezando con modismos locales, y cientos de mendocinos y habitantes de otras provincias cruzando el paso Los Libertadores para un encuentro que califica de inédito. Se trata de "El Abrazo", la masiva cumbre rockera que el sábado 11 de diciembre reunirá a los mayores héroes del género de Chile y Argentina, como una forma de celebrar ambos bicentenarios en el tradicional parque capitalino.

La cita ya definió a 14 de los 16 nombres que integrarán su cartel final (serán ocho y ocho de cada país). Por el lado argentino estarán Charly García, Fito Páez, Luis Alberto Spinetta, Andrés Calamaro, Vicentico, León Gieco y Babasónicos. Como representantes locales ya ficharon Los Jaivas, Jorge González, Beto Cuevas, Los Bunkers, Chancho en Piedra y Lucybell.

"Es la primera división rockera de ambos lados. Son los número uno, los esenciales, no hay otros. Y aún quedan dos nombres por confirmar de cada país", recalca Juan Andrés Ossandón, productor del evento y mentor también de las cumbres del rock chileno que, en el Estadio Nacional en 2007 y en el Club Hípico en 2009, reunieron a 50 mil personas.

Ahora la ambición es mayor. Ossandón cuenta que calcularon el público que cada uno de los invitados ha llevado a sus últimas presentaciones en Chile y lo sumaron con un aproximado de personas que, sin ser fiel acérrimo de ninguno de ellos, igual iría a una cumbre multitudinaria al aire libre y en pleno estreno del verano. Conclusión: "El cálculo nos dio más de 100 mil personas, que tendría que ser la convocatoria natural. Si resulta, sería lejos el concierto con más asistencia del año, más que cualquier otro festival", dice el productor.

Para alcanzar esa cifra, ya se trabaja en un itinerario de tiempos y horarios. Se estima que "El Abrazo" -bautizado así en honor al histórico abrazo de Maipú de O'Higgins y San Martín- empezará a las 15:30 horas y tendrá a cada artista con un show que varía entre 30 a 60 minutos. Todo duraría cerca de 11 horas y habrá un solo escenario dividido en dos en el que se irán alternando las presentaciones.

Además, se intenta seguir una continuidad coherente de géneros, donde el argentino que abandone la escena presente al chileno que entra y viceversa. No está zanjado aún el nombre que cerrará la velada, pero ya se baraja a Charly García o Fito Páez. "La idea es armar dúos y que se cierre con todos juntos cantando algún tema", cuenta Ossandón.

La postal de chilenos y argentinos abrazados no sería casual. El productor comenta que todos, desde un principio, mostraron inmediata disposición a participar en la cita y sólo algunos, como Spinetta, exigieron más detalles para dar el sí definitivo. "A todos los argentinos les llamaba la atención ser parte de algo que ni siquiera ha pasado en su tierra: reunir a sus máximos ídolos en una sola jornada. Es un hito y lo tomaron así, como un espectáculo con repercusión internacional. De hecho, estamos preparando paquetes y entradas especiales para que puedan venir argentinos", adelanta Ossandón.

Aunque el evento se prepara hace un año, las conversaciones con los invitados empezaron entre marzo y abril de 2010. Incluso, se alcanzó a negociar con Gustavo Cerati un par de días antes del colapso que hasta hoy lo tiene en coma. "No me cabe duda que él hubiera estado en esto", apuesta el organizador. Luego agrega: "Lo que le pasó a Cerati es la última arista de las tres cosas que este año han unido a ambos pueblos. Primero está el Bicentenario. Luego el terremoto, donde los argentinos se portaron muy bien con Chile. Y ahora lo de Cerati, que ha impactado en este país. Esos tres eventos cruzarán 'El abrazo'".

Las Leonas: un grito para toda la vida

El seleccionado nacional de hockey sobre césped se consagró en Rosario campeón mundial por segunda vez en su historia al derrotar en la final a su par de Holanda.

El rock internacional en Argentina

Regina Spektor, Paul McCartney, Green Day, Linkin Park, Rage Against the Machine, Jonas Brothers, Bon Jovi y Rush son algunas de las bandas y solistas del rock que recibirá Argentina en el último cuatrimestre de 2010.

La agenda de visitas es abultada y variada y también incluye a los legendarios Pixies, Incubus, The Music, la Dave Matthews Band, Air, Yo La Tengo, Queens of the Stone Age, y Jeff Beck.

El gran encuentro del año es el Pepsi Music, que se realizará en un predio de la Costanera Sur porteña y que abrirá el 13 de octubre con la presentación de los estadounidenses Rage Against The Machine y Queens of the Stone Age, continuará el 22 con el show de Green Day y el 23 con los recitales de Andrés Calamaro y No Te Va a gustar.

Entre las grandes visitas rockeras se cuentan Bon Jovi, quien en su tercera visita al país se presentará el 3 de octubre en la cancha de River Plate, los nü metal Incubus que tocarán el 6 de octubre en el Luna Park, y Linkin Park que actuarán en Vélez el 7.

El 6 de octubre en el Luna Park estarán los influyentes Pixies, que por primera pisarán el suelo argentino.

La rusa Regina Spektor actuará el 6 y 7 de octubre en el Gran Rex y los británicos The Music harán lo suyo el 7 en el teatro de Colegiales.

En octubre se realizará el Festival Ecológico Aire, también en la Costanera Sur, para el que por ahora están designados los franceses de Air. Los eternos darkies Echo & The Bunnymen actuarán por cuarta vez en la capital argentina el 13 de octubre en el local Groove, mientras que los estadounidenses de la Dave Matthews Band tocarán el 14 de octubre en el Luna Park.

Ese mismo día, pero en la Trastienda, actuarán los adorados indies estadounideses Yo La Tengo, mientras que el 15 pero en la costanera de Vicente López actuará Rush.

El 4 de noviembre también será la oportunidad para los adolescentes de la mano de los también estadounidenses Jonas Brothers, que se presentarán junto a Demi Lovato en el estadio River Plate.
Los ex grunge góticos Smashing Pumpkins actuarán el 18 de noviembre en el Luna Park. Paul McCartney actuará el 14 y 15 en River o en Vélez, mientras que en la Costanera Sur, los días 19 y 20, estarán el británico Mika, Massive Attack, Pavement y otros en el Personal Fest, mientras que Jeff Beck tocará el 28 en el Luna.

Marky Ramone comenzará gira sudamericana en Brasil y luego visitará Argentina

Acompañado por su banda Blitzkrieg, Marky Ramone, el baterista reconocido principalmente por su participación en el grupo Ramones, iniciará una gira sudamericana que comenzará el 3 de noviembre en Brasil y el 11 desembarcará en Argentina.

Marky Ramone, cuyo verdadero nombre es Marc Bell, regresará a tierras argentinas acompañado de su banda y con la que hará un repaso de los éxitos de los Ramones.

Ingresado a los Ramones en 1978, tras la partida de Tommy Ramone, el baterista de 54 años participó en ocho de los catorce discos oficiales que editaron los neoyorquinos, y fue el responsable de la producción de "End of the Century", quizá la mejor radiografía de su banda y lo que significó la movida punk en Estados Unidos en la década del 70.

El músico hará un recorrido por tierras brasileras antes llegar a Argentina, donde tocará el 11 de noviembre a las 21 en la Sala Ópera de la ciudad de La Plata y al día siguiente viajará a Rosario para presentarse en Willie Dixon.

El 13 de noviembre a las 21 regresará al escenario de El Teatro de Colegiales, en la Ciudad de Buenos Aires.

La gira luego continuará al día siguiente en La Trastienda de Montevideo, en el vecino país de Uruguay.

Muchacha punk - Fogwill

EN DICIEMBRE DE 1978 hice el amor con una muchacha punk. Decir "hice el amor" es un decir, porque el amor ya estaba hecho antes de mi llegada a Londres y aquello que ella y yo hicimos, ese montón de cosas que "hicimos" ella y yo, no eran el amor y ni siquiera –me atrevería hoy a demostrarlo–, eran un amor: eran eso y sólo eso eran. Lo que interesa en esta historia es que la muchacha punk y yo nos "acostamos juntos".
Otro decir, porque todo habría sido igual si no hubiésemos renunciado a nuestra posición bípeda, –integrando eso (¿el amor?) al hábitat de los sueños: la horizontal, la oscuridad del cuarto, la oscuridad del interior de nuestros cuerpos; eso.
Primera decepción del lector: en este relato soy varón. Conocí a la muchacha frente a una vidriera de Marble Arch. Eran las diez y treinta, el frío calaba los huesos, había terminado el cine, ni un alma por las calles. La muchacha era rubia: no vi su cara entonces. Estaba ella con otras dos muchachas punk. La mía, la rubia, era flacucha y se movía con gracia, a pesar de su atuendo punk y de cierto despliegue punk de gestos nítidamente punk. El frío calaba los huesos, creo haberlo contado. Marcaban dos o tres grados bajo cero y el helado viento del norte arañaba la cara en Oxford Street y en Regent Street. Les cuatro –yo y aquellas tres muchachas punk– mirábamos esa misma vidriera de . En el ambiente cálido que prometía el interior de la tienda, una computadora jugaba sola al ajedrez. Un cartel anunciaba las características y el precio de la máquina: 1.856 libras. Ganaban blancas, el costado derecho de la máquina. Las negras habían perdido iniciativa, su defensa estaba liquidada y acusaban la desventaja de un peón central.
Blancas venían atacando con una cuña de peones que protegía su dama, repatingada en cuatro torre rey. Cuando las tres muchachas se acercaron era turno de negras. Negras dudaron quince según dos o tal vez más; era la movida l16 ó l18, y los mirones –nadie a esas horas, por el frío–, habrían podido recomponer la partida porque una pequeña impresora venía reproduciendo el juego en código de ajedrez, y un gráfico, que la máquina componía en su pantalla en un par de segundos, mostraba la imagen del tablero en cada fase previa del desenvolvimiento estratégico del juego. Las muchachas hablaron un slang que no entendí, se rieron, y sin prestarme la menor atención siguieron su camino hacia el oeste, hacia Regent Street. A esas horas, uno podía mirar todo a lo largo de la ciudad arrasada por el frío sin notar casi presencia humana, salvo las tres muchachas yéndose.
Cerca de Selfridges alguien debía esperar un ómnibus, porque una sombra se coló en la garita colorada de esperar ómnibus y algún aliento había nublado los cristales. Quizás el humano se hallase contra el vidrio, frotándose las manos, escribiendo su nombre, –garabateando un corazón o el emblema de su equipo de fútbol; quizá no.
Confirmé su existencia poco después, cuando un ómnibus rumbo a Kings Road se detuvo y alguien subió. Al pasar frente a nuestra vidriera, semivacío, pude ver que la sombra de la garita se había convertido en una mujer viejísima, harapienta, que negociaba su boleto.
Pocos autos pasaban. La mayoría taxis, a la caza de un pasajero, calefaccionados, lentos, diesel, libres. Pocos autos particulares pasaban; Daimlers, Jaguars, Bentleys. En sus asientos delanteros conducían hombres graves, maduros, sensibles a las intermitentes señales de tránsito.
A sus izquierdas, mujeres ancestrales, maquilladas de party o de ópera, parecían supervisarlos. Un Rolls paró frente a mi vidriero de Selfridges y el conductor hechó un vistazo a la computadora, (ensayaba la jugada 127, turno de blancas), y dijo algo a su mujer, una canosa de perfil agrio y aros de brillantes. No pude oírlo: las ventanillas de cristal antibalas de estos autos componen un espacio hermético, casi masónico: insondable.
Poco después el Rolls se alejó tal como había llegado y en la esquina de Glowcester Street vaciló ante el semáforo, como si coqueteara con la luz verde que recién se prendía. Primera decepción del narrador: la computadora decretó tablas en la movida 147. Si yo fuese blancas, cambiando caballo por torre y amenazando jaque en descubierto, reclamaría a negras una permuta de damas favorable, dada mi ventaja de peones y mi óptima situación posicional. Me fui con rabia: había dormido toda la tarde de aquel viernes y era temprano para meterme en el hotel.
El frío calaba los huesos. Traía bajo los jeans un polar–suit inglés que había comprado para un amigo que navega a vela en Puerto Belgrano y decidí estrenarlo aquella noche para ponerlo a prueba contra el frío atroz que anunciaba la BBC.
Sentía el cuerpo abrigado, pero la boca y la nariz me dolían de frío. Las manos, en los hondos bolsillos de la campera de duvet, temían tanto un encuentro con el aire helado que me obligaron a resistir a la feroz jauría de ganas de fumar, que aullaba y se agitaba detrás de la garganta, en mi interior. En mi exterior, las orejas estaban desapareciendo: tarde o temprano serían muñones, o sabañones, si no las defendía; intenté guarecerlas con las solapas de mi campera. Sin manos, llevaba las puntitas de las solapas entre los dientes y así, mordiente y frío, entré a un taxi que olía a combustible diesel y a sudor de chofer, y una vez instalado en el goce de aquel tufo tibión, nombré una esquina del Soho y prendí un cigarrillo.
Afuera, nadie. El frío calaba los huesos. El inglés, adelante, manejando, era una estatua llena de olor y sueño. Antes de bajar, verifiqué que hubiesen taxis por la zona; vi varios. Pagué con un papel y sólo después de recibir el cambio abrí mi puerta. El aire frío me ametralló la cara y la papada se me heló, pues las solapas, chorreadas de saliva, habían depositado sobre mi piel una leve película de baba, que ahora me hería con sus globitos quebradizos de escarcha.
vi poca gente en el barrio chino de Londres: como siempre, algunos árabes y africanos salían rebotando de los tugurios pomo. En una esquina, un grupo de hombres –obreros, pinches de vigilancia, tal vez algunos desgraciados sin hogar se ilusionaban alrededor de un fueguito de leñas y papeles improvisado por un negro del kiosco de diarios. Caminé las tres o cuatro cuadras del barrio que sé reconocer y como no encontré dónde meterme, en la esquina de Charing Cross abrí la puerta trasera izquierda de un taxi verde, subí, di el nombre de mi hotel, y decidí que esa noche comería en mi cuarto una hamburguesa muy condimentada y una ensalada bien salada para fortalecer la sed que tanto se merece la cerveza de Irlanda. ¡Lástima que la televisión termine tan temprano en Londres! Miré el reloj: eran las once; quedaba apenas media hora de excelente programación británica.
Conté del frío, conté del polar–suit. Ahora voy á contar de mí: el frío, que calaba los huesos, desalentaba a cualquier habitante y a cualquier visitante de la antigua ciudad, pues era un frío de lontananza inglesa, un frío hecho de tiempo y de distancia y –¿por qué no?– hecho también de más frío y de miedo, y era un frío ártico y masivo, resultante de la ola polar que venía siendo anunciada y promovida durante días en infinitos cortes informativos de la radio y la televisión. En efecto, la radio y la televisión, los diarios y las revistas y la gente, los empleados y los vendedores, los chicos del hotel y las señoras que uno conoce comprando discos –todos no hablaban sino de la ola de frío y de la asombrosa intensidad que había alcanzado la promoción de la ola de frío que calaba los huesos.
Yo soy friolento, normalmente friolento, pero jamás he sido tan friolento como para ignorar que la campaña sobre el frío nos venía helando tanto, o más aún, que la propia ola de frío que estaba derramándose sobre la semiobsoleta capital.
Pero yo estaba ya en la calle, no tenía ganas de volver a mi hotel y necesitaba estar en un lugar que no fuese mi cuarto, protegido del frío y protegido cuidadosamente de cualquier referencia al frío. Entonces vi, dos cuadras antes del hotel, un local que días atrás me había llamado la atención. Era una pizzería llamada The Lulu, que no existía en oportunidad de mi último viaje.
Yo recordaba bien aquel lugar porque había sido la oficina de turismo de Rumania en la que alguna vez hice unos trámites para mis clientes italianos.
Desde el taxi leí el cartel que probaba que el boliche permanecía abierto, vi clientes comiendo, noté que la decoración era mediocre pero honesta, y de las mesas y las sillas de mimbre blanco induje una noción de limpieza prometedora.
Golpeé los vidrios del chofer, pagué 60 pence, bajé del auto y me metí en la pizzería.
Era una pizzería de españoles, con mozos españoles, patrones españoles y clientes españoles que se conocían entre sí, pues se gritaban –en español–, de mesa a mesa, opiniones españolas, y frases españolas. Me prometí no entrar en ese juego y en mi mejor inglés pedí una pizza de espinaca y una botella chica de vino Chianti. El mozo, si ya había padecido un plazo razonable de exilio en Londres, me habrá supuesto un viajero del continente, o un nativo de una colonia marginal del Commonwealth, tal vez un malvinero.
Yo traía en el bolsillo de la campera la edición aérea del diario La Nación, pero evité mostrarla para no delatar mi carácter hispano–parlante. El Chianti –embotellado en Argelera delicioso: entre él y el aire tibio del local se estableció una afinidad que en tres minutos me redimió del frío.
Pero la pizza era mediocre, dura y desabrida. La mastiqué feliz, igual, leyendo mis recortes del Financial Times y la revista de turismo que dan en el hotel. Tuve más hambre y pedí otra pizza, reclamando que le echasen más sal. Esta segunda pizza fue mejor, pero el mozo me había mirado mal, tal vez porque me descubrió estudiando sus movimientos, perplejo a causa de la semejanza que puede postularse en un relato entre un mozo español de pizzería inglesa, y cualquier otro mozo español de pizzería de París, o de Rosario. He elegido Rosario para no citar tanto a Buenos Aires. Querido.
Masqué la pizza número dos analizando la evolución de los mercados de metales en la última quincena; un disparate. Los precios que la URSS y los nuevos ricos petroleros seguían inflando con su descabellada política de compras no auguraban nada bueno para Europa Occidental. Entonces aparecieron las tres muchachas punk. Eran las mismas tres que había visto en Selfridges. La mía eligió la peor mesa junto a la ventana; sus amigotas la siguieron. La gorda, con sus pelos teñidos color zanahoria, se ubicó mirando hacia mi mesa. La otra, de estatura muy baja y con cara de sapo, tenía pelos teñidos de verde y en la solapa del gabán traía un pájaro embalsamado que pensé que debía ser un ruiseñor. Me repugnó. Por fortuna, la fea con pájaro y cara de sapo se colocó mirando hacia la calle, mostrándome tan solo la superficie opaca de la espalda del grasiento gabán. La mía, la rubia, se posó en su sillita de mimbre mirando un poco hacia la gorda, un poco hacia la calle: yo sólo podía ver su perfil mientras comía mi pizza y procuraba imaginar cómo sería un ruiseñor.
Un ruiseñor: recordé aquel soneto de Banchs.
El otro tipo también decía llamarse Banchs y era teniente de corbeta o fragata. Era diciembre; lo había cruzado muchas veces durante el año que estaba terminando. Esa misma mañana, mientras tomaba mi café, se había acercado a hablarme de no sé qué inauguración de pintores, y yo le mencioné al poeta, y él, que se llamaba Banchs juró que oía nombrar al tal Enrique Banchs por primera vez en su vida. Entonces comprendí por qué el teniente desconocía la existencia de los polar–suit (al ver mi paquetito con el Helly Hansen, se había asombrado) y también entendí por qué recorría Europa derrochando sus dólares, tratando de caerle simpático a todos los residentes argentinos y buscando colarse en toda fiesta en la que hubiese latinoamericanos. Fumaba Gitanes también en esto se parecía al Nono.
Jamás vi un ruiseñor. Estaba por terminar la pizza y desde atrás me vino un vaho de musk.
Miré. La más fea de las gallegas de la mesa del fondo estaba sentándose. Vendría del baño; habría rociado todo su horrible cuerpo con un vaporizador de Chanel, de Patou, o de –alguna marquita de esas que ahora le agregan musk a todos sus perfumes. ¿Cómo sería el olor de mi muchacha punk? Yo mismo, como el tal Banchs, me había condenado a averiguar y averiguar; faltaba bien poco para finiquitar la pizza y el asuntito de las cotizaciones de metales. Pero algo sucedía fuera de mi cabeza.
Los dueños, los mozos y los otros parroquianos, en su totalidad o en su mayoría españoles, me miraban. Yo era el único testigo de lo que estaban viendo y eso debió aumentar mi valor para ellos.
Tres punks habían entrado al local, yo era el único no español capaz de atestiguar que eso ocurría, que no las habían llamado, que ellos no eran punk y que no había allí otro punk salvo las tres muchachas punk y que ningún punk había pisado ese local desde hacía por lo menos un cuarto de hora. Sólo yo estaba para testimoniar que la mala pizza y el excelente vino del local no eran desde ningún punto de vista algo que pudiera considerarse punk. Por eso me miraban, para eso parecían necesitarme aquella vez.
Trabado para mirar a mi muchacha –pues la forma de la de pájaro embalsamado y cara de sapo la tapaba cada vez más– me concentré sobre mi pizza y mi lectura desatendiendo las miradas cómplices de tantos españoles. Al termianar la pizza y la lectura, pedí la cuenta, me fui al baño a pishar y a lavarme las inanes y allí me hice una larga friega con agua calentísima de la canilla. Desde el espejo, nitré contento cómo subían los tonos rosados de los cachetes y la frente reales. Habían vuelto a nacer mis orejas; fui feliz.
Al volver, un rodeo injustificable me permitió rozar la mesa de las muchachas y contemplar mejor a la mía: tenía hermosos ojos celestes casi transparentes y el ensamble de rasgos que más irte gusta, esos que se suelen llamar "aristocráticos", porque los aristócratas buscan incorporarlos a su progenie, tomándolos de miembros de la plebe con la secreta finalidad de mejorar o refinar su capital genético hereditario. ¡Florecillas silvestres! ¡Cenicientas de las masas que engullirán los insaciables cromosomas del señor! ¡Se inicia en vuestros óvulos un viaje ala porvenir soñado en lo más íntimo del programa genético del amo). Es sabido, en épocas de cambio, lo mejor del patrimonio fisiognómico heredable (esas pieles delicadas, esos ojos transparentes, esas narices de rasgos exactos "cinceladas" bajo sedosos párpados y justo encima de labios y de encías y puntitas de lengua cuyo carmín perfecto titila por el inundo proclamando la belleza interior del cuerpo aristocrático) se suele resignar a cambio de un campo en Marruecos, la mayoría accionaria del Nuevo Banco tal, una Acción heroica en la guerra pasada o un Premio Nacional de Medicina, y así brotan narices chatas, ojos chicos, bocas chirlonas y pieles chagrinadas en los cuerpitos de las recientes crías de la mejor aristocracia, obligando a las familias aristocráticas o recurrir a las malas familias de la plebe en busca de buena sangre piara corregir los rasgos y restablecer el equilibrio estético de las generaciones que catapultarán sus apellidos y un poco de ellas mismas, a vaya a saber uno dónde en algún improbable siglo del porvenir.
La chica me gustó. Vestía un traje de hombre holgado, tres o más números mayor que su talle.
De altura normal, no pesaría más de 44 kilos. su piel tan suave (algo de ella me recordó a Grace Kelly, algo de ella me recordó a Catherine Deneuve) era más que atractiva para mí. Calzaba botitas de astrakán perfectas, en contraste con la rasposa confección de su traje de lana. Una camisa de cuello Oxford se le abría a la altura del busto mostrando algo que creí su piel y comprobé después que era tina campera de gimnasta. Ella, a mí, ni me miró.
Pero en cambio, su amiga, la más gorda, la del pelo teñido color naranja, venía emitiendo una onda asaz provocativa. No quise sugerir sexual: provocativo, como buscando riña, como buscando o planificando un ataque verbal, como buscando tina humillación, como ella misma habría mirado a un oficial de la policía inglesa. Así mirábame la gorda de pelo zanahoria. La mía, en cambio no me mira ha. Pero. . .
Tampoco miraba a sus acompañantes. Miraba hacia la calle vacía de transeúntes, con las pupilas extraviadas en el paso del viento. Así me dije: "se pierde su mirada pincelando el frío viento de Oxford Street". Era etérea. Esa nota, lo etéreo, es la que mejor habría definido a mi muchacha para mí, de no mediar aquellas actitudes punk y los detalles punk, que lucía, punk, como al descuido, negligentemente punk, ella. Por ejemplo: fumaba cigarrillos de hoja; los tomaba con el gesto exhultante de un europeo meridional, pitaba fuerte el humo y lo tiraba insidiosamente contra el cristal de la vidriera. Al pasar por su mesa había visto en sus manos una mancha amarilla, azafranada, de alquitrán de tabaco. ¡Y jamás vi manitas sucias de alquitrán de tabaco como las de mi muchachita punk! El índice, el mayor y el anular de su derecha, desde las uñas hasta los nudillos, estaban embebidos de ese amarillo intenso que sólo puede conseguir algún gran fumador para la primer falange del dedo índice, tras años de fumar y fumar evitando lavados. Me impresionó. Pero era hermosa, tenía algo de Catherine Deneuve y algo de Isabelle Adjani que en aquel momento no pude definir: me estaba confundiendo. Pagué la cuenta, eché las rémoras de mi botella de Chianti en la copa verde del restaurante, y copa en mano –so british–, como si fuese un parroquiano de algún pub confianzudo, me apersoné a la mesa de las muchachas punk asumiendo los riesgos. Antes de partir había calculado mi chance: una en cinco, una en diez en el peor de los casos; se justificaba. voy a contarlo en español: –¿Puedo yo sentarme? Las tres punk se miraron. La gorda punk acariciaba su victoria: debió creer que yo bajaba a reclamar explicaciones por sus miradas punk provocativas. Para evitar un rápido rechazo me senté sin esperar respuestas. Para evitar desanimarme eché un trago de vino a mi garguero. Para evitar impresionarme miré hacia arriba, expulsando de mi campo visual al pajarito embalsalmado. La gorda reía. La punk mía miró a la del pelo verde, miró a la gorda, sopló el humo de su cigarro contra la nada, no me miró, y sin mirarme tomó un sorbito de aquella mezcla de Coca Cola y Chianti que estuvo preparando en la página anterior, pero que yo, con esta prisa por escribirla, había olvidado registrar. Habló la punk con pájaro
–¿Qué usted quiere? –Nada, sentarme... Estar aquí como una sustancia de hecho... –dije en cachuzo inglés.
Sin duda mi acento raro acicateó los deseos de saber de la gorda: –¿Dónde viene usted de...? –ladró.
La pregunta era fuerte, agresiva, despectiva.
–De Sudamérica... Brasil y Argentina –dije, para ahorrarles una agobiante explicación que llenaría el relato de lugares comunes. Me preguntaba si era inglés: se asombraba "¿Cómo puede venir uno de Brasil y Argentina sin ser británico?", imaginé que habría imaginado ella.
¿Sería un inglés? –No. Soy sudamericano, lamentado –dije.
–Gran campo Sudamérica –se ensañaba la gorda.
–Sí: lejos. Así, lejos. Regresaré mes próximo –le respondí.
–Oh sí... Yo veo dijo la gorda mirando fijo a la cara de sapo que hamacó su cabeza como si confirmase la más elaborada teoría del universo. Entonces habló por vez primera y sólo para mí mi Muchacha Punk. Tenía voz deliciosa y tímbrica en este párrafo: –¿Qué usted hace aquí? –quiso saber su melodía verbal.
–Nada, paseo –dije, y recordé un modelo que siempre marchó bien con beatniks y con hippys y que pensé que podía funcionar con punks. Lo puse a prueba: –Yo disfruto conocer gente y entonces viajo... Conocer gente, ¿Me entiende?... Viajar... Conocer... ¡Gente!.. ¿Eh.? ¡Ah..! ¡Así..! ¡Gente..!
Funcionó: la carita de mi Muchacha Punk se iluminaba. –Yo también amo viajar –fue desgranando sin mirarme–. Conozco África, India y los Estados (se refería a USA). Yo creo que yo conozco casi todo. ¡Yo no nunca he ido yo a Portugal! ¿Cómo es Portugal? –me preguntó.
Compuse un Portugal a su medida: –Portugal es lleno de maravilla... Hay allí gente preciosamente interesante y bien buena. Se vive una ola en completo distinta a la nuestra...
" seguí así, y ella se fue envolviendo en mi relato. Lo percibí por la incomodidad que comenzaban a mostrar sus punks amigas. Lo confirmé por esa luz que vi crecer en su carita aristocráticamente punk. Susurraba ella: –Una vez mi avión tomó suelo en Lisboa y quise yo bajar, pero no permitieron –dijo–: Encuentro que la gente del aeropuerto de Lisboa son unos cerdos sucios hijos de perra. ¿Es no, eso ...Lisboa, Portugal?–. La duda tintineaba en su voz.
–Sí –adoctriné, pero en todos los aeropuertos son iguales: son todos piojosos malolientes sucios hijos de perra.
–Como los choferes de taxi, así son –me interrumpió la gorda, sacudiendo el humo de su Players.
–Como los porteros del hotel, sucios hijos de perra –concedió la pajarófora gorda cara de sapo, quieta.
–Como los vendedores de libros –dijo la mía –¡Hijos de una perra!–. Y flotaba en el aire, etérea.
–Sí, de curso –dije yo, festejando el acuerdo que reinaba entre los cuatro. Entonces ocurrió algo imprevisto; la de pelo verde habló a la gorda: –Deja nosotros ir, dejemos a estos trabajar en lo suyo, eh... –y desenrolló un billete de cinco libras, lo apoyó en el platillo de la cuenta, se paró y se marchó arrastrando en su estela a la cara de sapo. Bien había visto yo que ellas habían con sumido diez o quince libras, pero dejé que se borraran, eso simplificaba la narración.
–Bay, Borges –me gritó la cara de sapo desde la vereda, amagando sacar de su cintura una inexistente espadita o un puñal; entonces yo me alegré de ver tanta fealdad hundiéndose en el frío, y me alegré aún más, pensando que asistía a otra prueba de que el prestigio deportivo de mi patria ya había franqueado las peores fronteras sociales de Londres. Pregunté a mi muchacha por qué no las había saludado: –Porque son unas ceras sucias hijas de perra.
¿Ve? –dijo mostrándome los billetitos de cinco libras que iba sacando de su bolsillo para completar el pago de la cuenta. Asentí.
Como un cernícalo, que a través de las nubes más densas de un cielo tormentoso descubre los movimientos de su pequeña presa entre las hierbas, atraído por el fluir de las libras , un mozo muy gallego brotó a su lado, frente a mí. Guiñó un ojo, cobró, recibió los pocos penns de propina que mi muchacha dejó caer en su platillo, y yo pedí otra botella de Chianti y dos de Coke y ella me devolvió un hermoso gesto: abrió la boca, frunció un poquito la nariz, alzó la ceja del mismo lado y movió la cabeza como queriendo devolver la pelota a alguien que se la habría lanzado desde atrás.
Conjeturé que sería un gesto de acuerdo. Poco después, su manera golosa de beber la mezcla de vino y Coca Cola, acabó de confirmándome aquella presunción de momento: todo había sido un gesto de acuerdo.
Me contó que se llamaba Coreen. Era etérea: al promediar el diálogo sus ojos se extraviaban siguiendo tras la ventana de la pizzería española de Graham Avenue al viento de la calle. Tomamos dos botellas de Chianti, tres de Coke. Ella mezclaba esos colores en mi copa. Yo bebía el vino por placer y la Coke por la sed que habían provocado la pizza, el calor del local y este mismo deseo de averiguar el desenlace de mi relato de la Muchacha Punk. La convidé a mi hotel. No quiso. Habló: –Si yo voy a tu hotel, tendrás que a ellos pagar mi permanencia. Es no sentido –afirmó y me invitó a su casa. Antes de salir pagamos en alícuotas todo lo bebido; pero yo necesito hablar más de ella. Ya escribí que tenía rasgos aristocráticos. A esa altura de nuestra relación (eran las 12.30, no había un alma en la calle, el frío inglés del relato, calaba, los huesos, argentinos, del narrador), mi deseo de hacerla mía se había despojado de cualquier snobismo inicial. Mi Muchacha –aristocrática o punk, eso ya no importaba–, me enardecía: yo me extraviaba ya por ese ardor creciente, ya era un ciego, yo. Yo era ya el cuerpo sin huellas digitales de un ahogado que la corriente, delatora, entra boyando al fiord donde todo se vuelve nada. Pero antes, cuando la vi frente a mi vidriera de Selfridges había notado detalles raros, nítidamente punk, en su tenue carita: su mejilla izquierda estaba muy marcada, no supe entonces cómo ni por qué, y el lado derecho de su cara tenía una peculiaridad, pues sobre el ala derecha de su nariz, se apoyaba –creí– una pieza de metal dorado (creí) que trazando una comba sobre la mejilla derecha ascendía hasta insertarse en la espiga de trigo, que creí dorada, afeando el lóbulo de su oreja a la manera de un arete de fantasía. Del tallo de esa espiga, de unos dos centímetros, colgaba otra cadena, más gruesa, que caía sobre su cuello libremente y acababa en la miniatura de la lata de Coke, de metal dorado y esmalte rojo que siempre iba y venía rozándole los rubios pelos, el hombro, y el pecho, o golpeaba la copa verde provocando una música parecida a su voz, y algunas veces se instalaba, quieta, sobre su hermosa clavícula blanca, curvada como el alma de una ballesta, armónica como un golpe de tai chi. Durante nuestra charla aprendí que lo que había creído antes metal dorado era oro dieciocho kilates, y descubrí que lo que había creído un grano de maíz de tamaño casi natural aplicado sobre el ala de su nariz era una pieza de oro con forma de grano de maíz y tamaño casi natural, sostenido por un mecanismo de cierre delicadísimo, que atravesaba sin pudor y enteramente la alita izquierda de su bella nariz. Ella misma me mostró el orificio, haciendo un poco de palanca con la uña azafranada de su índice, entre el maíz y la piel, para lucir mejor su agujerito en forma de estrella, de unos cuatro milímetros de diámetro. ¡Estaba chocha de su orificio... ! Del lado izquierdo, lo que temprano en Oxford Street me había parecido una marca en su mejilla, era una cicatriz profunda, de unos tres centímetros de largo, que parecía provocada por algo muy cortante. Surcaban ese tajo tres costuras bien desprolijas, trabajo de un aficionado, o de algún practicante de primer año de medicina más chapucero que el común de los practicantes de medicina ingleses y en ausencia de los jefes de guardia. Segunda decepción del narrador: la cicatriz de la izquierda, a diferencia de las cositas de oro de su lado derecho, era falsa. La había fraguado un maquillador y mi muchachita se apenaba, pues había comenzado a deshacerse por la humedad y por el frío y ahora necesitaba un service para recuperar su color y su consistencia original.
Poco antes de irnos, ella fue al baño y al volver me sorprendió cavilando en la mesa: . –¿Cuál es el problema con tú? –me preguntó en inglés–. ¿Qué eres tú pensando? –Nada –respondí–. Pensaba en este frío maldito que estropea cicatrices...
Pero mentí: yo había pensado en aquel frío sólo por un instante. Después había mirado la calle que se orientaba hacia la nada, y había tratado de imaginar qué andaría haciendo la poca gente que, de cuando en cuando, producía breves interrupciones en la constancia de aquel paisaje urbano vacío. Toqué el cristal helado; olí los bordes de la copa verde de ella para reconocer su olor, y volví a pensar en las figuras que iban pasando tras los cristales, esfumadas por el vapor humano de la pizzería. Entonces quise saber por qué cualquier humano desplazándose por esas calles, siempre me parecía encubrir a un terrorista irlandés, llevando mensajes, instrucciones, cargas de plástico, equipos médicos en miniatura y todo eso que ellos atesoran y mudan, noche por medio, de casa en casa, de local en local, de taller en taller, y hasta de cualquier sitio en cualquier otro sitio. "¿Por qué?" –me preguntaba" ¿Por qué será?" Trataba de entender, mientras mi bella Muchachita estaría cerquísima pishando, o lavándose con agua tibia, y cuando apenas tironeé del hilito de la tibieza de su imagen, estalló en mil fragmentos una granada de visiones y asociaciones íntimas, intensas, pero por rúas, por argentinas y por inconfesables, poco leales hacia ella. ¿Hay Dios? No creo que haya Dios, pero algo o alguien me castigó, porque cuando advertí que estaba siendo desleal e innoble con mi Muchachita Punk y sentí que empezaba a crecer en mi cuerpo –o en mi alma–, la deliciosa idea del pecado, cruzó por la vidriera la forma de un ciclista, y lo vi pedalear suspendido en el frío y supe que ése era el hombre cuyo falso pasaporte francés ocultaba la identidad del ex jesuita del IRA que alguna vez haría estallar con su bomba de plástico el pub donde yo, esperando algún burócrata de BAT, encontraría mi fin y entonces cerré los ojos, apreté los puños contra mis sienes y la vi pasar a ella apurada por la vereda del pub, zafé de allí, corrí tras ella respirando el aire libre y perfumado de abril en Londres, y en el instante de alcanzarla sentimos juntos la explosión, y ella me abrazaba, y yo veía en sus ojos –dos espejos azules que ese hombre que rodeaban los brazos de mi Muchacha Punk no era más yo, sino el jesuita de piel escarbada por la viruela, y adiviné que pronto, entre pedazos de mampostería y flippers retorcidos, Scotland Yard identificaría los fragmentos de un autor' que jamás pudo componer bien la historia de su Muchacha Punk. Pero ella ahora estaba allí, salía del texto y comenzaba a oír mi frase: ' –Nada... pensaba en este frío maldito que arruina cicatrices... –oía ella.
Y después inclinaba la cabeza (¡chau irlandeses!), me clavaba sus espejos azules y decía "gracias", que en inglés ("agradecer tú", había dicho en su lengua con su lengua), y en el medio de la noche inglesa, me hizo sentir que agradecía mi solidaridad; yo, contra el frío, luchando en pro de la consevación de su preciosa cicatriz, y que también agradecía que yo fuera yo, tal como soy, y que la fuera construyendo a ella tal como es, como la hice, como la quise yo.
Debió advertir mis lágrimas. Justifiqué: –Tuve gripe. . . además. . . ¡El frío me entristece, es un bajón...! "¡lt downs me!" traduje–. ¡Eso abájame! –¡Vayamos al hotel! –dije yo, ya sin lágrimas.
–¡Hotel no! –dijo ella, la historia se repite.
No insistí. Entonces no sabía –sigo sin saber–, cómo puede alguien imponer su voluntad a una muchacha punk. Salimos al frío; calaba. Los huesos. Ni un alma. Por las calles. Llamé a un taxi. El no paró. Pronto se acercó otro. Se detuvo y subimos. Olía a transpiración de chofer y a gas oil. Mi Muchacha nombró una calle y varios números. imaginé que viviría en un barrio bajo, en una pocilga de subsuelo, o en un helado altillo y calculé que compartiría el cuarto con media docena de punks malolientes y drogados, que a esa altura de la noche se arrastrarían por el suelo disputando los restos de la comida, o, peor, los restos de una hipodérmica sin esterilizar que circularía entre ellos con la misma arrogante naturalidad con que nuestros gauchos se dejan chupar sus piorreicas bombillas de mate frío y lavado. Me equivoqué: ella vivía en un piso paquetísimo, frente a Hyde Park. En la puerta del edificio decía "Shadley House". En la puerta de su apartamento –doble batiente, de bronce y de lujuria –decía "R. H. Shadley".
–Es la casa de mi familia –dijo humilde mi Punk y pasamos a una gran recepción. A la derecha, la sala de armas conservaba trofeos de caza y numerosas armas largas y cortas se exhibían junto a otras, más medianas, en mesas de cristal y en vitrinas. A la izquierda, había un salón tapizado con capitoné de raso bordeaux que brillaba a la luz de tres arañas de cristal grandes como Volkswagens. El pasillo de entrada desembocaba en un salón de música, donde sonaban voces. Al pasar por la puerta ella gritó "hello" y una voz le devolvió en francés una ristra de guarangadas. Detrás pasaba yo, las escuché, memoricé nuestra oración "queterrecontra" y con una mirada relámpago, busqué la boca sucia y gala en el salón. No la identifiqué. En cambio vi dos pianos, una pequeña tarima de concierto, varios sillones y dos viejos sofás enfrentados.
Entre ellos, sobre almohadones, media docena de punks malolientes fumaban haschich disputando en francés por algo que no alcancé a entender.
Un negro desnudo y esquelético yacía tirado sobre la alfombra purpúrea. Por su flacura y el color verdoso de su piel me pareció un cadáver, pero después vi sus costillas que se movían espasmódicamente y me tranquilicé: epilepsia.
Imaginé que el negro punk entre sus sueños estaría muriéndose de frío, pero no sería yo quien abrigase a un punk esa noche de perros, estando él, punk, reventado de droga punk entre tantos estúpidos amigos punk.
Copamos la cocina. Mi Muchacha me dijo que los batracios del salón de música eran "su gente" y mientras trababa la puerta me explicó que estaban enculados ("angry", dijo) con ella, porque les había prohibido la entrada a la cocina. Ellos argumentaban que era una "zorra mezquina", creyendo que la veda obedecía a su deseo de impedir depredaciones en heladeras y alacenas, pero el motivo eran las quejas y los temores de los sirvientes de la casa, que en varias oportunidades habían topado contra semidesnudos punks que comían con las manos en un área de la casa que el personal consideraba suya desde hacía tres generaciones y en la que siempre debían reinar las leyes de El Imperio. Ese día había recibido nuevas quejas del ama de llaves, pues uno de los punks, el marroquí, había estado toqueteando las armas automáticas de la colección y cuando el viejo mayordomo lo reprendió, el punk le había hecho oler una daga beduina, que siempre llevaba pegada con cinta adhesiva en su entrepierna. Coreen estaba entre dos fuegos y muy pronto tendría que elegir entre sus amigos y la servidumbre de la casa. Vacilaba: –Son unos cerdos malolientes hijos de perra –me dijo refiriéndose a los dos franceses, cl marroquí, el sudanés y el americano, quien además –contenía "costumbres repugnantes". No pude saber cuáles, pero me senté en un banquito a imaginar media docena de posibilidades punk, mientras ella filtraba un delicioso café con canela. Cuando la cafetera ya borboteaba, me contó que aquel departamento había sido de los abuelos de su madre, que era una crítica de museos que trabajaba en New York. El padre, veinte años mayor, se había casado por prestigio, tomando el apellido de la mujer cuando lo hicieron caballero de la reina vieja en recompensa de sus 'sevicios de espía, o policía, en la India.
Vinculado a la compañía de petróleo del gobierno, el viejo había hecho una apreciable fortuna y ahora pasaba sus últimos años en África, administrando propiedades. Mi Muchacha Punk lo admiraba. También admiraba a su madre. No obstante, al referirse a las relaciones de los dos viejos con ella y con su hermana mayor, puntualizó varias veces que eran unos "hijos de perra malolientes". Creí entender que había un banco encargado de los gastos de la casa, los sueldos de los sirvientes y choferes y las cuentas de alimentos, limpieza e impuestos, y que las dos muchachas –la mía y su hermana recibían cincuenta libras. "Cerdos malolientes", había vuelto a decir tocándose la cicatriz y explicando que el service –que en tiempos de humedad debía realizarse semanalmente le costaba veiticinco libras, y que así no se podía vivir. Pedía mi opinión. Yo preferí no tomar el partido de sus padres, pero tampoco quise comprometerme dando a su posición un apoyo del que, a mí, moralmente, no me parecía merecedora. Entonces la besé.
Mientras bebía el café la muchacha salió a arreglar algunos asuntos con sus amigos. Yo aproveché para mirar un poco la cocina: estábamos en un cuarto pilo, pero uno de los anaqueles se abría a un sótano de cien o más metros cuadrados que oficiaba de bodega y depósito de alimentos. Había jamones, embutidos y ciento cuarenta y cuatro cajas con latas de bebidas sin alcohol y conservas. vi cajones de whisky, de vinos y champañas de varias marcas.
Contra la pared que enfrentaba a mi escalera, dormían millares de botellas de vino, acostadas sobre pupitres de madera blanca muy suave.
Había olor a especias en el lugar. Calculé un stock de alimentos suficiente para que toda una familia y sus amigos argentinos sitiados pudiesen resistir el asedio del invasor normando por seis lunas, hasta la llegada de los ejércitos libertadores del Rey Charles, y al avanzar los atacantes, obligándonos a lanzar nuestras últimas reservas de bolas de granito con la gran catapulta de la almena oeste, apareció otra vez mi princesita punk, que repuesta del fragor del combate, volvía a trabar la puerta con dos vueltas de llave y me miraba, carita de disculpa.
Yo dije, por decir, que me parecía justificado el temor de sus sirvientes. "Nunca se sabe", dije en español, y le aclaré en inglés "es no fácil saber". Ella se encogió de hombros y dijo que sus amigos eran capaces de cualquier cosa, "como pobre Charlie". Quise saber quién era "pobre Charlie" y me contó que era un pariente, que se había hecho famoso cuando arrancó las orejas de una bebita en Gilderdale Gardens pero que ahora envejecía olvidado en un asilo cercano a Dundall, fingiéndose loco, para evitar una condena.
Entonces volvió a preguntar mi nombre y el de mis padres y se rió. También volvió a hablarme de su cicatriz que había costado cincuenta libras: el precio de su pensión semanal, "como una substancia de hecho". El banco le liquidaba cincuenta libras por semana a mi Muchacha y otras tantas a su hermana mayor, pero el maquillaje requería service. (Estoy seguro de haberlo escrito, pero ella volvía a contármelo y yo soy respetuoso de mis protagonistas. El arte –pienso debe testimoniar la realidad, para no convertirse en una torpe forma de onanismo, ya que las hay mejores.) Necesitaba service la cicatriz y le impedía, entre otras cosas, la práctica de natación y de esquí acuático. Coreen adoraba el esquí y las largas estadías al aire libre en tiempo de humedad y me invitó con un cigarrillo de marihuana: un joint. Lo rechacé porque había bebido mucho, me sentía ebrio de planes, y no quería que una caída súbita de mi presión los echara a perder. Mi Muchacha empapaba el papel de su pequeño joint con un líquido untuoso que guardaba en la miniatura de Coke de su colgante de oro. "Aceite de heroína", explicó. Ella había sido adicta y friendo ese juguito que impregnaba el papel y la yerba, tranquilizaba sus deseos.
Hacía un año que venía abandonando el hábito, temía recaer en los pinchazos que habían matado a sus mejores amigos una noche en París –septicemia y ahora quería curarse y salir de aquello porque su pensión no le alcanzaba para solventar el hábito: ya bastantes problemas le traía el service de su maquilladora. Después volvió a dejarme solo en la cocina, fue al baño y yo robé del sótano una lata de queso cammembert, y a medida que me lo iba comiendo con mi cuchara de madera, hice una recorrida por las dependencias de la cocina: arte testimonial.
Amén de varios hornos verticales, y un gran hogar revestido de barro para hacer pan en la sala contigua tenían una máquina de asar eléctrica, con un spiedo que mediría tres metros de ancho por uno de circunferencia. Calculé que un pueblo en marcha hacia la liberación podía asar allí media docena de misioneros mormones ante un millar de fervientes watussi desesperados por su alícuota de dulzona carne de misionero mormón rotí. Más allá de la sala estaba el depósito de tubos de gas, leñas, carbón y especias. Olía a ajo el lugar, pero no vi ajo sino ramas de laurel y bolsas de yute con hierbas aromáticas que no supe calificar. ¿Romero? ¿Peter Nollys? ¿Kelpsias? ¡vaya uno a distinguir las sofisticadas preferencias de esos maniáticos magnates británicos...! Cuando Coreen –mi Muchacha Punk, dueña y señora de la casa volvía del –baño, trabó la puerta que separaba la cocina del office –al que ella llamaba "hogar" en inglés de los salones donde seguían gritándose barbaridades sus amigos. Ignoro lo que habrán dicho ellos, pero como resumen dijo que eran unos piojos hijos de perra; grave. Prendió otro joint con la brasa de mis 555, y –¡Achalay!– nos fuimos con él a apestar el dormitorio de su hermana, donde, dormiríamos, pues el suyo venía desordenado de la tarde anterior.
El pasillo que llevaba a los cuartos, estaba custodiado por grandes cuadros que parecían de buena calidad. Reparé en el piso: listones de roble enteros se extendían a lo largo de quince o veinte metros. Sin alfombra ni lustre alguno, la madera blanca repulida me evocó la cubierta de aquellos clippers que se hacía construir la pandilla de nobles que rondaba a Disraeli para gastar sus vacaciones en Gibraltar. ¡Un derroche! El cuarto de la hermana era amplio, sobriamente alfombrado, y en un rincón había una piel de tigre, en otro, una de cebra viel y otras pieles gruesas que supuse serían de algún lanar exótico, pues eran más grandes que las pieles de las ovejas más grandes que mis ojos han visto y que las que cualquier humano podría imaginar con o sin joints embebidos en substancias equis.
Nos acostamos. Tercera decepción del narrador: mi Muchacha Punk era tan limpia como cualquier chitrula de Flores o de Belgrano R. Nada previsible en una inglesa y en todo discordante con mis expectativas hacia lo punk. ¡Las sábanas...! ¡Las sábanas eran más suaves que las del mejor hotel que conocí en mi vida! Yo, que por mi antigua profesión solía camouflarme en todos los hoteles de primera clase y hasta he dormido –en casos de errores en las reservas que de ese modo trataron los gerentes de repararen suites especiales para noches de bodas o para huéspedes VIP, nunca sentí en mi piel fibras tan suaves como las de esas sábanas de seda suave, que olían a lima o a capullitos de bergamota en vísperas de la apertura de sus cálices. Tercera decepción del lector: Yo jamás me acosté con una muchacha punk. Peor: yo jamás vi muchachas punk, ni estuve en Londres, ni me fueron franqueadas las puertas de residencias tan distinguidas. Puedo probarlo: desde marzo de 1976 no he vuelto a hacer el amor con otras personas. (Ella se fue, se fue a la quinta, nunca volvió, jamás volvió a llamarme. La franquean otros hombres, otros. Nos ha olvidado; creo que me ha olvidado).
Cuarta decepción del narrador: no diré que era virgen, pero era más torpe que la peor muchacha virgen del barrio de Belgrano o de Parque Centenario. Al promediar eso (¿el amor?) le largó a declamar la letanía bien conocida por cualquier visitante de Londres: "ai camin ai camin ai camin ai camin ai camin", gritaba, gritaba, gritaba, sustituyendo los conocidos "ai voi ai voi ai voi ai voi" de las pebetas de mi pago, que sumen al varón en el más turbado pajar de dudas sobre la naturaleza de ese sitio sagrado hacia el que dicen ir las muchachas del hemisferio sur y del que creen venir sus contrapartidas británicas. Pero uno hace todo esto para vivir y se amolda. ¡vaya si se amolda! Por ejemplo: Y después se durmió. Habrá sido el vino o las drogas, pero durmió sonriendo, y su cuerpo fue presa de una prodigiosa blandura. Miré el reloj: eran las 5.30 y no podía pegar un ojo, tal vez a causa del café, o de lo que agregamos al café.
Revisé los libros que se apilaban en la mesa de luz del cuarto de la hermana (le mi Muchacha Punk. ¡Buenos libros! Blake, Woolf, Sollers: buena literatura. ¡Cortázar en inglés! (¡Hay que ver en una de esas camas señoriales lo que parece el finado Cortázar puesto en inglés!) Había manuales de física y muchos números de revistas de ciencias naturales y de Teoría de los Sistemas.
Separé algunas para informarme qué era esa teoría que yo desconocía pero que justificaba tina publicación mensual que ya iba por el número ciento treinta y cuatro. Las miré. interesante: enriquecería mi conversación por un tiempo.
Andaba en eso citando llegó la hermana de mi Muchacha Punk con su novio. La chica dijo llamarse Dianne y era naturista, marxista, estudiaba biología, odiaba las drogas, despreciaba a los punks y no tomó nada bien que estuviésemos acostados en su cuarto, pero disimuló. Cuando le hablé, su expresión se hizo aún más severa como reprochando que un desnudo, desde su propia cama, se dirigiese a ella en un inglés tan choto.
No le gusté y ella no pudo disimularlo más.
En cambio el novio me mostró simpatía. Era estudiante de biología, naturista, marxista, odiaba profundamente a las punks y manifestó un intenso desprecio hacia las drogas y sus clientes.
Creo que de no haber mediado el episodio del encuentro y la irritación de su novia, habríamos podido entablar tina provechosa amistad. Me convidaron con sus frutas, algo muy delicioso, parecido al níspero y muy refrescante, que erradicó de mis encías el gustito a Coreen. Ella, a pesar de nuestra conversación en voz muy alta, mis gritos angloargentinos, mis carcajadas y 1()s mendrugos de risa que alguno de mis chistes lograron de la bióloga, no despertaba.
Dije a los chicos que me vestiría y que debía partir pues me –esperaban en mi hotel. Ellos dijeron que no era necesario, que siempre dormían en el suelo por motivos higiénicos y que yo podía seguir leyendo, pues "'la luz de la luz no nos molesta". Así dijeron. Se desnudaron, se echaron sobre una piel de oso y se cubrieron hasta los ojos con una manta hindú. De inmediato entraron en un profundo sueño y los vi dormir y respirar a un mismo ritmo, boca arriba y agarraditos de las manos. Pero yo no podía dormir; apagué la luz de la luz y estuve un rato velando y escuchando el contraste entre las respiraciones simétricas de la pareja, y la de Coreen, más fuerte y de ritmo más que sinuoso.
Prendí la luz y revisé el reloj: serían las siete, pronto amanecería. Acaricié los pelos de mi Muchacha, su carita, sus lindísimos hombros y sus brazos, y casi estuve a punto de hacer el amor una vez más, pero temí que un movimiento involuntario pudiese despertarla. Aproveché para mirar su piel delicada y suave. Nada punk, muy aristocrática la piel de mi Muchacha. Le estudié bien el agujerito de la nariz: medía seis milímetros de ancho y formaba una estrella de cinco puntas. ¿O eran cinco milímetros y la estrella tenía seis puntas? Nunca lo volveré a mirar. Para esta historia basta consignar que estaba dibujado con precisión y que debió ser obra de algún cirujano plástico que habrá cargado no menos de quinientos pounds de honorarios. ¡Un derroche! Miré la cicatriz de la mitad izquierda de mi chica: había perdido más color y estaba apelmazada por el roce de mi mentón que la barba crecida de dos días tornó abrasivo. Me apenó imaginar que en la tarde siguiente, al despertar, mi Muchachita Punk me guardaría rencor por eso. Escribí un papelito diciendo que el service quedaba a mi cargo y lo dejé abrochado con un clip junto a un billete de cincuenta libras que había comprado tan barato en Buenos Aires, en la garganta de su botita de astrakán. Así asumía mi responsabilidad, y ella no necesitaría esperar otra semana para poner su cicatriz a cero kilómetro. Actué como hombre y como argentino y aunque nadie atine nunca a determinar qué espera un punk de la gente, yo no podía permitir que al otro día mi Muchachita se amargase y anduviera por todas las discotheques de Londres insinuando que nosotros somos unos hijos de perra que perturbamos sus cicatrices y no pagamos el service, desmereciendo aún más la horrible imagen de mi patria que desde hace un tiempo inculcan a los jóvenes europeos. Me vestí. Al dejar el cuarto apagué las luces. Para salir destrabé la cerradura de la cocina pero volví a cerrarla y deslicé la llave bajo la puerta. Los punks seguían peleando: el africano reprochaba a los otros no haberlo despertado para la cena. Otro lloraba, creo que era el francés.
Después oí una sílabas rarísimas: era alguien que hablaba en holandés.
Gracias a Dios no me vieron y encontré un taxi no bien salí a la calle, fría como una daga rusa olvidada por un geólogo ruso recién graduado en la heladera de un hotel próximo a las obras suspendidas de Paraná Medio.
La tarde siguiente, leí en The Guardian que durante la noche catorce vagabundos, a causa del frío, habían muerto, o crepado, estirando sin rencor sus veintitantas vagabundas patas inglesas, en pleno corazón de la ciudad de Londres.
Hicieron no sé cuántos grados Farenheit; calculo que serían unos diez grados bajo cero, penique más, penique menos. En el hotel me pegué un baño de inmersión y calentito y con el agua hasta la nariz leí en la edición internacional de Clarín las hermosas noticias de mi patria. Quise volver.
Al día siguiente 'volé a Bonn y de allí fui a Copenhague. Al cuarto día estaba lo más campante en Londres y no bien me instalé en el hotel quise encontrar a mi Muchacha Punk. No tenía su teléfono; su nombre no figura en el directorio de la vieja ciudad. Corrí a su casa. Me recibió amistosamente Ferdinand, el novio de la hermana: mi Muchacha estaba en New York visitando a la madre y de allí saltaría a Zambia, para reunirse con el padre. volvería recién a fines de abril, y él no me invitaba a pasar porque en ese momento salía para la universidad, donde daba sus clases de citología. Tipo agradable Ferdinand: tenía un Morris blanco y negro y manejaba con prudencia en medio de la rougb hour de aquel atardecer de invierno. Se mostró preocupado porque hacía un año le venían fallando las luces indicadoras de giro del autito. Le sugerí que debía ser un fusible, que seguramente eso era lo más probable que le sucedería al Morris. Rumió un rato mi hipótesis y finalmente concedió: –No lo sé, tal vez tengas razón...
Me dejó en victoria Station, donde yo debía comprar unos catálogos de armas y unos artículos de caza mayor para mi gente de Buenos Aires.
Nos despedimos afectuosamente. El armero de Aldwick era un judío inglés de barbita con rulos y trenzas negras, lubricadas con reflejos azules.
Entre él y el librero de victoria Embankment –un paquistaní– acabaron de estropearme la tarde con su poca colaboración y su velada censura a mi acento. El judío me preguntó cuál era mi procedencia; el pakistano me preguntó de dónde yo venía. Contesté en ambos casos la verdad. ¿Qué iba a decir? ¿Iba a andar con remilgos y tapujos cuando más precisaba de ellos? ¿Qué habría hecho otro en mi lugar...? ¡A muchos querría ver en una situación como la de aquel atardecer tristísimo de invierno inglés...! Oscurecía. Inapelable, se nos estaba derrumbando la noche encima. Cuando escuchó la palabra "Argentina", el armero judío hizo un gesto con sus manos: las extendió hacia mí, cerró los puños, separó los pulgares y giró sus codos describiendo un círculo con los extremos de los dedos. No entendí bien, pero supuse que sería un ademán ritual vinculado a la manera de bautizar de ellos.
El paqui, cuando oyó que decía "Buenos Aires, Argentina, Sur" arregló su turbante violeta y adoptó una pose de danzarín griego, tipo Zorba (¿O sería una pose de danza del folklore de su tierra...?). Giró en el aire, chistó rítmicamente, palmeó sus manos y (cantó muy desafinado la frase "cidade maravilhosa dincantos mil", pero apoyándola contra la melodía de la opereta Evita.
Después volvió a girar, se tocó el culo con las dos manos, se aplaudió, y se quedó muy contento mostrándome sus dientes perfectos de marfil.
Sentí envidia y pedí a Dios que se muriera, pero no se murió. Entonces le sonreí argentinamente y él sonrió a su manera y yo miré el pedazo visible de Londres tras el cristal de su vidriera: pura noche era el cielo, debía partir y señalé varias veces mi reloj para apurarlo. No era antipático aquel mulato hijo de mala perra, pero, como todo propietario de comercio inglés, era petulante y achanchado: tardó casi una hora para encontrar un simple catálogo de Webley & Scott. ¡Así les va...!

(1979)