Los derechos humanos como una cuestión de Estado

Fue con su llegada a la Casa Rosada que la larga lucha por verdad y justicia emprendida por los organismos de derechos humanos durante la dictadura militar y que se hiciera extensible durante los gobiernos de Raúl Alfonsín tras las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida y luego con los indultos de Carlos Menem, que la batalla comenzó a ser ganada para el bien de la salud de la República.

La asunción de Kirchner a la presidencia dio un giro impensado en la materia y tras cerca de una década –durante la cual el menemismo intentó diluir el tema–, el santacruceño decidió no eludir su responsabilidad institucional y eligió poner el pecho; existían 30.000 buenas razones para que los derechos humanos pasaran a ser política de Estado.

El día en que la infatigable e intransigente Hebe de Bonafini decidiera ingresar en la Casa de Gobierno sin su pañuelo blanco, símbolo de la resistencia de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, para estrecharse en un abrazo sentido con el mandatario, quedó claro que algo comenzaba a cambiar. Ella, que se había enfrentado a los dictadores y a dos ex presidentes, marcaba el camino de una nueva relación entre la política y los organismos.

A poco de asumir el poder el 25 de mayo de 2003, Kirchner ordenó derogar el decreto que impedía la extradición de represores argentinos reclamados por la justicia española.

Poco tiempo más tarde, en agosto de ese año, el Congreso, a instancias suyas, declararía nulas las denominadas “leyes del perdón”; y ya con una Corte Suprema de raíz garantista, los juicios a los represores se iban a multiplicar a lo largo y a lo ancho de todo el país. Fue el momento en que represores de la talla de Miguel Etchecolatz, Antonio Domingo Bussi, Luciano Benjamín Menéndez o Alfredo Astiz –entre otros tantos– iban a comenzar a recorrer los tribunales para afrontar las consecuencias por los horrendos crímenes cometidos.

Un año más tarde, ordenó que el 24 de marzo se conmemorara en todo el país, poniendo el tema en la agenda pública. Ese mismo día, en 2004, en una decisión de profundo valor simbólico, le ordenó al general Roberto Bendini, comandante en jefe del Ejército, retirar de las paredes del Colegio Militar de la Nación los cuadros con los retratos de los dictadores Jorge Videla y Reynaldo Bignone.

En su discurso iba a señalar que “como Presidente vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades”. Al conocerse ayer la noticia de su deceso, la mayoría de los organismos de derechos humanos hicieron conocer su consternación y no les faltaban motivos.

Estela de Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo, dijo haber “perdido a un amigo” que dio la vida por su país” y agregó que “se fue alguien indispensable”. Por su parte, Hebe de Bonafini, de Madres de Plaza de Mayo, mediante un comunicado de prensa, dijo que “llora la muerte de Néstor Kirchner lo mismo que la de sus hijos”, en tanto que Taty Almeida, de Madres Línea Fundadora, asumió que “no hay consuelo”, en tanto que desde la comunidad judía se alzó la voz de Guillermo Borger, titular de la AMIA, quien sostuvo que “ha fallecido un verdadero luchadorde la política argentina” con “altos valores morales y humanos que vamos a extrañar”.