Una noche con la magia del titiritero



En un diálogo de The Notorious Bettie Page, la biopic sobre la modelo legendaria del pin up, una fotógrafa le precisa quiénes compran esas fotos suyas de corsets herméticos y tacos imponentes: “Gente con mucha presión, congresistas, médicos, abogados, gente que trabaja para que vivamos. Y si eso quieren, ¿qué hay de malo en hacerlos un poco más felices?”. Aplicar lo mismo a Charly García da idéntico resultado. No importa qué sea (lo que toque, tome, deje o diga), es Charly, el compositor clave de esa música popular que, antes de él, simplemente era música, a secas. Nada nuevo leyó usted hasta aquí y técnicamente no es algo errado, porque nada nuevo se vio el miércoles en el Luna Park. Salvo la concreción (a la fuerza) de un modelo que García exploró bastante en las últimas décadas: el del Charly como director y espectador, a la vez, de su propia música, ese García siendo un Dr. Parnassus de las melodías, obligado a perpetuarlas sin ya poder –o querer, cada uno habrá de hacer sus conjeturas– ejecutarlas él.

Varios momentos del primero de sus shows en el Luna (repetirá hoy y el 3 de abril) dieron cuenta de que esta nueva versión de Los Enfermeros –en la que a Hilda Lizarazu en coros, el Negro García López en guitarra y Fabián Von Quintiero en teclas digitales se suma un power trío chileno– es posiblemente la mejor orquesta que pueda dirigir. En esos ratos, Charly se despegó del piano y cobró aura de titiritero: así como Zucchero, George Clinton o Tom Zé, paseó por el escenario, habló con el público, celebró a sus compañeros y manejó los hilos de una banda precisa, atronadora y con atisbos psicodélicos. Señalizar y apenas acompañar con acordes y barridos de teclas, pero mantener la batuta vocal, ésa parecer ser hoy la fórmula, buscada y a la fuerza, a la vez.

El show está dividido, básicamente, en tres decenas de canciones: las del primer Charly solista, las de Say No More y un ping-pong final que va de costa a costa de su discografía. Si los recitales pudieran reproducirse como chorizos y usted fuera esta noche al Luna Park, vería salir a García más o menos a las 22.10, luego de que una bailarina de De la Guarda se desquitase por el aluvión del show impermeable en Vélez que la dejó sin participar. Con proyección urbana de posguerra detrás, Charly empezaría con “Demoliendo hoteles”, “Promesas sobre el bidet” y “Rap del exilio”. Lo elevarían, sentado en una viga, durante “No soy un extraño”. Vería, nuevamente al ras del escenario y tras su piano, cómo el Negro García López solea acostado en “Cerca de la revolución”. Dialogaría con las eternizadas voces de Lizarazu en “Filosofía barata y zapatos de goma”, pregonaría Viva Chile en “Vía muerta” y les dedicaría a los que quieren verlo muerto el estreno “La medicina”, que no destaca pero muestra esa crítica caricaturesca propia de la luz del mejor García.

Ahí subiría León Gieco y los ocho músicos obsequiarían “Los Salieris de Charly”. León querría irse pronto y Charly lo seguiría sobre el escenario, con el brazo derecho extendido (aunque ya sin brazalete de SNM), buscando su hombro. Le diría algo al oído y se dirigiría nuevamente al público: “Esta va fuera de lista, sin ensayo”. En un gesto remunerativo, León y Charly entregarían la inesperada “El fantasma de Canterville”. Diría aquello de “La canté acá cuando la mayoría de ustedes no había nacido” y algunos ya padres aplaudirían desde sus plateas (y desde su paternidad, inevitablemente).

Una primal “El amor espera”, otra vez con Charly como maestre ceremonial, inauguraría la segunda parte del show, un entramado de algunas de sus mejores piezas: “Rezo por vos”, “Yendo de la cama al living”, “Nos siguen pegando abajo”, “Influencia” y una canción hoy recargada de melancolías, fantasmas y sentidos: “Llorando en el espejo”. Entonces, si todo hoy fuese como el miércoles, parecerá no haber mejor música para simbolizar aquel papel que buscaba el hábil jugador que la que toca esta banda: una metralla revitalizante, aunque amarga y desgarradora. Emociones idas cuando la línea blanca se terminó para Charly, pero recobradas en la música, la que en definitiva es su droga.

La aparición de la segunda bailarina para “Pasajera en trance”, y su vuelo ascendente sobre el público (con un arnés, claro), darán en la tecla: podría ser el propio García elevándose para dar una tercera hora de show en ascenso directo, llevando la calidad a un pico cuando Pedro Aznar se haya sumado, si los invitados no cambian. Antes, y si es que va al Luna Park hoy, podrá oír “Raros peinados nuevos”, “I Feel Much Better”, “Vicio”, “Nuevos trapos”, “Estoy verde” y “No voy en tren”. Difícilmente, eso sí, Charly quiera repetir el tropezón en escena durante “Deberías saber por qué” y ese chascarrillo hecho al Negro García López: “¿Sabés Negro por qué uno se cae? ¡Para levantarse!”.

Ojalá usted tenga el placer de asistir a un final tan memorable como ése que sumó a Aznar para “Perro andaluz”, una genial (cualquier otro adjetivo es impreciso) obra maestra en manos de Aznar, García, Lizarazu, el Negro y el Zorrito. Y ojalá no se pierda la inesperada “Seminare”, anclada mucho más allá del 28º lugar de una lista de canciones, en miles de gargantas en combustión.

“No se va a llamar mi amor” y “Rock & Roll Yo” serán, entonces, algo así como el postre. Tal vez acompañadas de “No toquen”. Solo “tal vez”, porque el miércoles no la tocó. Tampoco hizo falta: el show, sobre todo en la segunda parte, subió escalones con talento y esfuerzo, ubicándose musicalmente bastante por encima del Concierto Subacuático. Tal vez por esa tranquilidad, García tan solo admitió la imposibilidad: “Chau, no doy más”. Al costo que tuvo dar más, mejor así.

Charly en el Luna Park


En el primero de los dos conciertos que brindará en esta capital, Charly García confirmó el excelente momento profesional que atraviesa, en un show de gran producción y que contó con un nuevo tema y dos grandes invitados.

Mientras afuera caía una intensa lluvia, que a muchos les recordó el clima que se vivió en su histórico show en Vélez el año pasado, la banda que lo acompaña apareció sobre el escenario del Lunar Park con trajes hechos de papel y cubiertos por sábanas. "Buenas noches, Say No More", lanzó García al aparecer y transformó todo en una explosión de colores e imágenes mientras sonaban "Demoliendo hoteles, "Promesas sobre el bidet" y "Rap del exilio". En ese momento, el músico se elevó sobre público sentado en un andamio.

Así, se fue conociendo un poco cómo era la puesta en escena original que Pichón Baldinú había planeado para Vélez y que debió suspenderse por el mal clima. "Hoy llovió también. La próxima, lo hago en una gruta", se río en un momento el ex Sui Generis.

De excelente humor y muy lúcido, el cantante del bigote bicolor dejó en claro que la obra que amasó en su carrera es muy amplia y que se mantiene vigente a lo largo de los años.

En el extenso show sonaron clásicos y temas no muy transitados de su repertorio, como "Nuevos trapos", que fue presentada como "canción de cuando era moderno" y que sorprendió a la audiencia.

También hubo un estreno, con "La medicina", una composición de neto corte soul, en el que brilló el Zorrito Vön Quintiero. "Es tan nuevo que ni me acuerdo la letra", se excusó García.

Para "Los Salieris de Charly", se subió al escenario un emocionado León Gieco, quien confesó que hacía mucho que quería volver a tocar con García. "Me entusiasmé, esto es una zapada", dijo risueño García, antes de empezar a tocar juntos "El fantasma de Canterville".

"Es un tema que canté acá cuando ustedes no habían nacido. Hoy es un día parecido, buen Keeling, young for ever", completó el recuperado cantante.

La noche cerró con "Raros peinados nuevos", "Me siento mucho mejor", "Vicio", "Estoy verde" y "No voy en tren", que parecían haberle dado un broche final y enérgico a la noche.

Pero a la hora de los bises llegó "Deberías saber por qué" y Pedro Aznar subió para "Perro andaluz". Cuando el público comenzó a corear el estribillo, el dúo tuvo que tocar "Quiero ver, quiero ser, quiero entrar".

"Esta va sin ensayar. Es un tema que estrenamos acá. Sin ensayo pero hace 32 años que la tocamos", reveló Aznar, en un cierre de lujo para el primero de los dos shows programados, al que se le sumó una presentación el 3 de abril.

Enrique Bunbury, el último punk ardiente




Hace poco nadie apostaba por su carrera en solitario, pero el ex líder de Héroes del Silencio demostró que lo suyo es un constant concept que lo mantiene en la cima. Honesto, lúcido y brutal, Enrique Bunbury ha vuelto al estudio de grabación, y en esta entrevista exclusiva apunta sus dardos contra la tiranía del público y el comercio del rock.
Enrique Bunbury. Zaragozano. 39 años. Dice “ahora me voy con los míos”, y cruza como si volara el patio colonial del Hotel Cortés. Su ropa negra, su cuerpo pequeño, esa costumbre de usar lentes para sol en la oscuridad, producen un efecto hipnótico. Es como si alguien te estuviera leyendo El cuervo en voz alta: …”y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña, cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal…”. Quién sabe si dentro de muchos años, cuando él no lleve con tanta hidalguía el traje negro y las gafas oscuras en la noche mexicana, alguien pueda recitar de memoria algunas de sus letras como todavía existen personas que pueden recitar de memoria las palabras de Edgar Allan Poe.
Los fans, los periodistas, no son “los suyos”. “Los míos”, afirma son los músicos que desde hace tres años lo acompañan en la mayor aventura estética y ética de su vida: construir una obra musical en solitario que lo haga sentirse digno. Tiene enemigos declarados: no lo quieren Joaquín Sabina ni Fito Páez. Tiene amigos amantísimos: Loquillo, Andrés Calamaro, Jaime Urrutia. Tiene un buen par de canciones (”Pequeño”, “Lady Blue”, “Sí”, “Sácame de aquí”, “Lejos de la tristeza”, “Extranjero”). Y tiene clase. Clase animal. Animal de escena. Voz arraigada en una heroicidad de antología. Héroe, al fin, del silencio.
Santiago Auserón, el líder de Radio Futura, su paisano, dice que usted y él se parecen espiritualmente, pues ambos cultivan la estética grupera más que la del cantautor nato. ¿Es realmente así? ¿O usted ya se convirtió en un cantautor hecho y derecho?
Yo creo que soy más egoísta que Santiago. Pero sí coincido en que ambos tenemos una absoluta responsabilidad social respecto a lo que hacemos. Somos muy conscientes de que a veces hay que abrir caminos para los que vienen detrás, y a veces hay que mostrar opciones para que la gente que nos escucha entienda la dignidad del oficio. Y creo que desde ese aspecto ambos somos, a veces, hasta demasiado rígidos en nuestra responsabilidad.
¿Todo el mundo está loco o Dios es sordo?
Hay días en que Dios está sordo como una tapia. Pero, desde luego, también es cierto que el mundo ha enloquecido. Parte de esa falta de cordura se debe a la intolerancia de otras culturas y otras formas de ver la vida que no son las que tenemos nosotros.
¿Realmente la canción le parece una zona de franca libertad? ¿Para quién es esa libertad? ¿Para el que la escribe o para el que la escucha?
Para el que la escucha. Para quien la escribe es masturbación pura. Quiero decir, es poco útil destacar el hecho de que yo me sienta bien por escribir una canción. Pero que un chavo pueda escuchar una canción y hacerse su propio mundo, que además no tenga absolutamente nada que ver con el del creador, creo que es un terreno amplísimo para la libertad de cada uno.
A usted suelen compararlo con Iggy Pop, Michael Hutchence, David Bowie, Jim Morrison, Bob Dylan, Andrés Calamaro… ¿Con quien se siente más identificado?
Con Andrés Calamaro, aunque sea una comparación en la que salgo mal parado, puesto que su obra es mucho mayor a la mía. Me gusta pensar que tenemos algo en común. Me parece un artista jodidamente bueno, el number one. Y me digo: ojalá vean en mí algo de lo que yo veo en él.
¿No le molesta que lo comparen?
Bueno, la prensa es así. La gente intenta encuadrar, encasillar. Si miras mi carrera y escuchas mis discos, e intentas encontrar un parecido con cualquiera de los artistas mencionados, creo que realmente no has podido analizar esos discos.
Irreverente, sensible, rebelde y melancólico, dice su boletín de prensa. ¿Esas son cualidades destacadas de su personalidad?
No, claro que no. Esas son cosas de la disquera. Yo no fui. Aunque coincido con esas apreciaciones; me veo reflejado ahí. Pero no sé si son cualidades. Lo de irreverente, ¿será una cualidad? Está un poco mal que hable de mis cualidades, pero hay algo que no me importa remarcar: soy un tipo muy trabajador y tenaz.
Usted parece haber nacido arriba de un escenario. ¿Hay un Bunbury de entrecasa, que usa chanclas y se hurga la nariz?
Claro. El tipo que se sube al escenario piensa de la misma forma que el de abajo, pero se comporta diferente, porque cree en la magia y en la ilusión, y en esa especie de ritual escénico. Esa es la única diferencia. No puedo creer en un ritual escénico con las chanclas, ni voy a utilizar la magia para ir al supermercado. Sería totalmente ridículo.
En Mister Hambre, Auserón le prometió a una chica que si le hacía daño iba a convertirla en canción. Usted en Pequeño parece haber seguido ese mandamiento a rajatablas. ¿Realmente sufrió tanto por amor?
Esa es nuestra arma: podemos vengarnos a través de las canciones. Bueno sí, he sufrido por amor, pero por supuesto que el fin último es hacer buenas canciones. Componer también es una buena terapia; y es, en el fondo, lo que hago. Gracias a muchos discos he conseguido, primero, ahorrarme el dinero del psicoanalista, y luego, superar traumas y obsesiones.
En ese sentido, Pequeño parece un disco de exorcismo, en el que usted convirtió el dolor en arte.
La palabra arte me parece muy grande. Pero sí, convertí el dolor en las canciones de ese disco, y también en el álbum Flamingos. En esos dos discos está mi corazón, si quieres, con el puñal clavado en medio. Pero ahí está.
Algunos de sus movimientos en el escenario parecen propios de un torero. ¿Tuvo alguna vez la fantasía de reinar en la arena, o no le gustan los toros?
No, pero hay algo. Mira, yo soy muy contrario a las corridas por mi condición de vegetariano, y por mi condición de respeto al mundo animal. Pero por otro lado hay algo mágico, ritual, religioso, mitológico y fantástico en el mundo taurino, que me maravilla tanto como el mundo del circo, de la magia o del box, precisamente por la iconografía mitológica de esas disciplinas.
Quienes lo conocieron en Héroes del Silencio dicen que Radical Sonora es su único disco en solitario que vale la pena escuchar. ¿Cree usted que algunos aficionados adquieren derechos de veto?
¿Eso dicen? Me encanta encontrar gente que opine de formas tan raras. Mira, si hay alguien a quien no hay que escuchar es al público, porque tu público puede ser tu mayor verdugo y puede ser tu carcelero. No hay que escucharle. El público siempre mira hacia atrás, mientras un artista debe mirar siempre para adelante.
¿Puede definir el concepto latino en la música contemporánea?
No, no creo en ese concepto. El rock latino me parece una etiqueta horrorosa. Me gusta más la de rock en español. En primera instancia, el rock latino fue absorbido por la influencia cubana, y esa es la influencia que más me interesa. La que me parece repulsiva es la de Miami. Además, no me interesa la etiqueta de rock latino porque intenta unirnos a todos. Y lo bueno del rock en español es que también nos separa. El rock en español no puede ser igual en Argentina, México, Colombia o España. Es una cárcel ridícula, estúpida y mediática.
Víctor Manuel estuvo por aquí hace poco, y se mostró muy preocupado porque ya nadie discute o habla de música. ¿Qué opina al respecto?
Estoy de acuerdo con él. Tenemos que volver a hablar sobre nuestra formación y nuestros favoritos. Vamos a hablar sobre si te gustaba más Eric Burdon con The Animals o con War, o si los Rolling Stones ya no fueron importantes tras la muerte de Brian Jones. ¿Sabes cuándo nos empezó a dar vergüenza hablar de esas cosas? Cuando los críticos empezaron a decir que éramos unos aburridos, que siempre hablábamos de lo mismo ¿Pero no te fastidia? ¿De qué coño vamos a hablar? ¿Del sponsor que tiene nuestra gira? Vamos a hablar de música, que es un tema maravilloso. Es bueno que haya diálogo y discusión. Hemos perdido la pasión porque los medios de comunicaciónbusiness. Hay que volver a decir “Yo mato por Bob Dylan”, “No nombrarás a Leonard Cohen en vano”. Dejémonos de hablar de sponsors y de que el último vídeo de no sé quién es cool Primero que los videos no son cool, los videos son una mierda. Lo que sirve es hablar sobre qué bajista te gusta en Deep Purple. nos vendieron que lo bueno es hablar del puto
El músico uruguayo Jaime Roos dice que él sale al escenario a matar. ¿Y usted?
La verdad es que sólo tienes dos opciones: salir al escenario a matar o a morir. De otro modo, quédate en casa.
¿Qué hace antes de salir a escena?
Estar con la banda y cantar canciones populares. Intentamos calentar un poquito cantando canciones, a veces hasta esas ridículas de niños como “La gallina turuleca”, de Gaby, Fofó y Miliki. Tomamos un tequilita, una cerveza, o lo que sea, un poco para calentar y otro poco para quitarle lo grueso al asunto.
¿A quiénes le debe usted parte de su éxito artístico?
A mi equipo de management. Ahora son dos personas: Tomás y Nacho. Tomás viene de la época de Héroes y yo le propuse montar una oficina a medias. Y a partir de ahí él me apoyó muchísimo en los momentos difíciles. También creo que Phil Manzanera es una persona clave en mi vida, musicalmente hablando.
Frank Zappa, Jim Morrison, Janis Joplin. ¿De quién le hubiera gustado ser amigo?
De Frank Zappa, porque creo que, intelectualmente, me estimularía más que cualquiera de los otros. Ahora, para irme de juerga, seguramente lo haría con Janis Joplin.
¿Es falsa modestia decir que no es el compositor que todavía que quiere ser?
La música es una carrera muy complicada, es muy difícil encontrar el equilibrio. Afortunadamente, yo me siento hoy mejor que nunca. En cuanto a lo de la falsa modestia… La modestia es hipocresía. Yo no creo que lo que esté diciendo sea falsa modestia; lo que pasa es que está bien que tú no te lo creas. Perfecto, no te lo creas. Pero yo pienso así y ya lo dije.

El punk céltico de Dropkick Murphys llega a Madrid y Barcelona





Las melodías del folclore irlandés y el punk-rock más contundente conforman las señas de identidad de Dropkick Murphys, formación estadounidense que estos días pasea por España su último trabajo discográfico, "The meanest of times".
Con un repertorio instrumental que oscila de la guitarra a la mandolina, pasando por el acordeón, el bodhrán o la gaita, el septeto de Boston destaca por un sonido agresivo y pegadizo que se plasma en canciones como "Famous for nothing", "(F)lannigan's ball" o"Rude awakenings".
A lo largo de sus catorce años de carrera, Dropkick Murphys no sólo se han hecho un hueco en el panorama musical gracias a su infatigable capacidad para actuar en directo, sino que también se han consagrado como icono de la cultura 'irish' en Estados Unidos.
De hecho, el grupo publicará en marzo "Live On Lansdowne, Boston MA March 12 To March 17 2009, Seven Shows, Six Nights", un directo grabado durante la última celebración bostoniana del Día de San Patricio, patrón de Irlanda.
Demócratas declarados, Dropkick Murphys no sólo reivindican en sus letras los derechos de la clase trabajadora, sino que en 2004 colaboraron en el álbum "Rock against Bush vol.2", un trabajo que reunía piezas de varios artistas y que criticaba con dureza a la Administración del ex presidente norteamericano.