Tuve la suerte de conocer al Pocho Lepratti, militante social asesinado por la policía durante las trágicas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. El “Angel de la bicicleta”, como le decían en los barrios marginales de Rosario, participaba de la experiencia de los militantes cristianos de la Teología de la Liberación, el Seminario de Formación Teológica, de cuya coordinación nacional formo parte. Hoy, los chicos por los que dio la vida este gran militantes no se dejaron vencer por el dolor de perder a su líder y siguen participando en la CTA y en la Constituyente Social que el año que viene pretende reunir a medio millón de dirigentes sindicales y de organizaciones sociales.

La muerte lo encontró al Pocho, mientras daba de comer a sus chicos en un centro comunitario de Villa Ludueña y la policía entró al barrio con sed de sangre. La canción que le dedicó León Gieco inmortalizó sus últimas palabras: “Bajen las armas, que aquí solo hay pibes comiendo”.

Esto mismo gritaban las madres, niños, adolescentes y educadores populares que estaban realizando un taller artístico en la tarde del pasado 30 de noviembre, cuando la policía ingresó con inusitada violencia, al comedor de la Asociación Civil Los Lapachos Tucumán, en el barrio Juan Pablo I, a buscar a un chico con pedido de captura, que estaba participando de la actividad educativa.

Los testimonios de los dirigentes de las organizaciones sociales hablan de golpes a mujeres, niños y adolescentes, de disparo de armas de fuego, de balas de goma y gases lacrimógenos y un despliegue de 60 efectivos para aprehender a un “menor” desarmado.

Más allá de la responsabilidad del niño en la causa por la que se lo acusa, sin entrar a lo que todos sabemos, sobre las condiciones de alta vulnerabilidad en la que viven, llama la atención la violencia inusitada que desplegó la policía justo dentro de una de las organizaciones que se preocupa por contener a las familias de ese barrio tan olvidado por la mano del Estado y de la sociedad toda.

¿No será que precisamente lo que molesta a la sociedad es que estos chicos y sus familias han encontrado en estas organizaciones -como Los Lapachos Tucumanos, la Asociación Civil Crecer Juntos, del grupo de las Madres Cuidadoras o la Fundación Hombre Nuevo que tengo el orgullo de presidir- el espacio de contención y de fortalecimiento de sus subjetividades, que lo están convirtiendo en sujetos capaces de reclamar y protagonizar un cambio en el destino político de este país?

El hecho de que la policía no tenga la misma urgencia por entrar con toda violencia a la casa de los grandes narcos y de los pequeños dealers que venden porquería a los chicos y chicas de nuestros barrios nos da qué pensar.

La sociedad merecería conocer el accionar de estas organizaciones civiles a favor de cambiar el “destino” de marginalidad de los chicos. Y tampoco nos sorprenden las reacciones, ya que en este país, cada vez que los jóvenes comenzaron a organizarse, la única respuesta que se dio desde el Estado y el poder económico ha sido la represión.

La salida más fácil para nuestras conciencias de clase media es la identificación de la pobreza con la delincuencia y la cómoda exigencia de mano dura.


Ernesto Bruna
Fundación Hombre Nuevo
Referente de Comunicación de la Constituyente Social en Tucumán