Lo dijo Skay

Todos esos años le dejaron a Skay una infinidad de historias, anécdotas y experiencias increíbles. Dice que prefiere expresarlas a través de la música. Pero contó muchas.

¿Qué recordás del recital de Jimi Hendrix?

-La gente bailando sola, como en trance, sobre las butacas. Algo inédito para la época. Hendrix era un ser absolutamente salvaje, que hacía música con un acople. Era la libertad hecha música. Y me mostró una característica fundamental del rock: la gestualidad. Pero Hendrix, si bien marcó un quiebre en la música, era un exponente más de esa cultura que expresaba lo que todos queríamos expresar y que se vivía en la calle todo el tiempo.

¿Qué pasaba en la calle?

-Podías encontrarte con gente que venía viajando de la India y se ponía a contarle sus historias a alguien que llegaba desde Holanda. Tocaban la guitarra y se ponían a bailar. En una casa tomada funcionaba el Art´s Lab, donde convivían un gurú hindú con un mimo capaz de interpretar universos psicológicos y espirituales. En esa época, la droga era un medio de compartir un momento. Servía para atrevernos a entrar en otra dimensión. No había problemas con la policía al respecto: podía fumar en la calle y nadie se daba cuenta de que era marihuana.

¿Cómo era la relación con los eventuales vecinos del terreno baldío en el que vivias?

-Muy buena, porque no hacíamos cagadas. El verdulero, por ejemplo, en vez de tirar la mercadería que le sobraba, nos la daba a nosotros. Y Poli, maestra absoluta de la administración, hacía comida para todos. El drama era la policía. Porque no sabían si éramos guerrilleros o qué. Cuando hacían allanamientos, no sabían si buscar falopa o buscar armas.

¿Qué se tocaba en los fogones?

-A mí me gustaba afinar la guitarra en un acorde y hacer una especie de ragas hindúes. Eran zapadas interminables donde cantábamos todos. Eran juegos musicales; con el tiempo terminamos llamándolos folklore universal. No era rock. Era, simplemente, jugar con la música.

¿Militaban en política?

-No. Muchos amigos nuestros sí. Tenía afinidad con ellos, pero los veía muy rígidos. Yo pertenecía a una banda de hippies que proponía una revolución posible: atreverse a despojarse de lo que es la propiedad privada. Ese es un acto revolucionario. Parece fácil, pero hay que hacerlo.

Skay lo hizo. Su bagaje consistía, por entonces, en su mochila con uno o dos pantalones, algunas remeras y una bolsita con amuletos, caracoles y piedritas. Y la guitarra, infaltable. De ese modo comprobó que es verdad el dicho “no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”. Y lo aplicó a su vida. Y a la música.

Luego de irse de su casa, Skay cortó el contacto con sus padres durante unos siete años. Su situación era un reflejo de una lucha generacional. Con el tiempo, sin embargo, recompuso la relación que ahora, dice, es maravillosa: “Los descubrí como personas. No tengo el rol de hijo, ni ellos el de padres. Nos volvimos más comprensivos”.

¿Escuchan tus discos?

-Yo se los he ido regalando. A veces, cuando me dicen que les gustan, yo mucho no les creo (se ríe). Ellos disfrutan más del jazz o de la música clásica. Pero, en fin, supongo que son esas cosas que le dice un padre a su hijo.

“Gran parte de los compañeros de aquellas experiencias terminaron siendo los primeros Redondos. Para mí, Los Redondos no arrancan en el momento de conocerlo al Indio, sino que son una consecuencia de toda esa experiencia previa, que venía de la autogestión”, dice Skay.

La historia cuenta que Carlos Solari, Guillermo Beilinson, Skay y una banda de forajidos comenzaron a hacer canciones para musicalizar un film en súper 8. En esos primeros ensayos, Skay era el director musical, pero los arreglos eran lo de menos: “El Indio me había dado un silbato, para poner un poco de orden en los cortes y en los solos” (se ríe).

Fue en Salta, en 1977, cuando los músicos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota tocaron por primera vez con ese nombre. De esas épocas, Skay recuerda que la música era un acto catártico: "Morían muchos amigos y conocidos alrededor, y nuestras vidas no estaban aseguradas. Entonces decíamos: Nos encontramos hoy, vamos a festejar hoy. Cada seis meses Poli buscaba un lugar y yo armaba la banda. Nos juntábamos para saber que estábamos vivos. Eran momentos intensos y muy divertidos. Después de esa época siniestra, empezamos a tocar más seguido y entró un dinero que nos permitió grabar. Ahí vimos que era un camino posible”.

La lista de músicos que tocaron convocados por el espíritu de Patricio Rey resulta casiinabarcable. La historia redonda, también. -"Con el Indio, seguramente, nos vamos a volver a encontrar. En principio, como personas. Porque nunca tuvimos notorias diferencias musicales"- dice Skay.

En noviembre de 2001, Los Redondos se tomaron "un año sabático" y fue entonces cuando Skay decidió atravesar el Mar de los Sargazos. Odisea que encaró, básicamente, a remo (la tan mentada tracción a sangre).