Charly García, Fito Páez, Las Pelotas y Catupecu Machu cerraron la décima edición del festival en el estadio de River; crónica y fotos
Una limusina negra se trepa al escenario principal y la última jornada del Quilmes Rock ya tiene en posición a su invitado principal. Para cuando las pantallas terminan el repaso cronológico -año por año- por una de las obras más prolíficas de nuestro rock, Charly García ya está subido al groove de "Fanky" detrás de su piano de cola y entregándole metros al Negro García para que salga a batallar con el mástil de su guitarra apuntando directo al campo. Son las 21:40 del sábado y la noche nacional tiene de frente a su mejor padrino, de regreso frente a un estadio, post-apocalipsis, sobrio a las piñas, asumiendo el desafío. Nuevamente junto a The Prostitution, la ajustada banda constituida por mayoría chilena -aunque ahora junto a un trío de cuerdas, el bandoneón de Fernando Samalea y Rosario Ortega en coros-, García se propone un viaje turbulento pero equilibrado, ostentando su mejor forma en años.
Con remera de Almendra y brazalete de combate, algo dubitativo pero conmovedor, Charly recuerda de arranque a Luis Alberto Spinetta y traduce emoción y dolor en el primer verso de "Rezo por vos", cuando su voz afónica se parte algo épica con eso de "La indómita luz se hizo carne en mí...". "Tengo una gran sorpresa para ustedes. Ya lo conocen", dice ahora para abrirle paso a Pedro Aznar, uno de los primeros invitados de la noche, socio para una memorable versión de "Perro andaluz" de Seru Girán, el primer momento de magia plena sobre el escenario, con un García afinado que armoniza y se entrelaza con el timbre dulce de Aznar, que termina de elevarlo todo con un solo de sus graves. Para el recuerdo.
Después de "Anhedonia" e "Instituciones", más un intervalo (cuando la voz en off de Graciela Borges recita varias frases de Charly y el locutor pretende una defensa del cantante algo incómoda: "Si no sabemos por qué hacemos tantas cosas, ¿por qué juzgarlo?"), la segunda parte del show mantiene el nivel. En "Yendo de la cama al living", Charly empuña el micrófono y se anima a ir al frente. Notablemente más controlado y estático, y aunque tocando mucho menos, García se muestra centrado en la música y afinado, mucho más solvente en vivo que en sus épocas de caos. Siguen "Me siento mucho mejor", "Demoliendo hoteles" y "Los dinosaurios", y también los invitados. "¡Hey Juanse!", le tira al superboca para que avance, también con brazalete SNM, para cerrar una rockera versión de "La sal no sala". Después, automáticamente, el pulso baja con la postal esperada: Fito al piano y Charly en voz, pupilo y maestro, cargándose una cálida versión de "Desarma y sangra" llevando el estadio a una ovación cerrada, cuando Charly entona "no existe una escuela que enseñe a vivir" y todos sabemos de qué habla. La emoción final se imprime en ese abrazo de dos flacos de mil batallas que tanto le han ofrecido a nuestro cancionero popular.
"Les queremos agradecer tanta buena onda, la pasamos muy bien", saluda García, sonriente, en eterno regreso, mostrando el pecho una vez más antes de enfrentar "Eiti Leda" a dúo con la enérgica Rosario Ortega, y un bis rockero con "Popotito", para el agradecimiento general.
Antes...
Antes de todo aquello, Catupecu Machu, en su primera fecha del año en Capital, había redoblado esfuerzos por reivindicar la jornada nacional -después de tanta figura mundial pasando por ese mismo escenario- tocando con todos: Pichu Serniotti de Jauría, Germán Daffunchio y Gabriela Martínez de Las Pelotas ("El otro día compré la Rolling Stone y lo vi a Germán sonriendo", dijo Fer Ruíz Díaz para presentarlo), y El Mono de Kapanga ("El mejor frontman del país"). Minutos después, Las Pelotas había desandando su cancionero dual, de sanación ("Si supieras", "Que estés sonriendo") y de combate ("Capitán América", "Esperando el milagro"). Amagando permanentemente con mostrar algún tema nuevo, pero que finalmente evitó con celos, Daffunchio repitió la dupla con Ruíz Díaz y juntos recordaron a Luca ("¡Para que escuche el Chamán italiano, desde donde esté!", gritó Fer, siempre tan al palo) con una aguerrida versión de "El ojo blindado" de Sumo a modo de despedida.
Pero la sorpresa de la jornada, sin dudas, estuvo a cargo de Fito Páez. Antes de la llegada de Charly, el rosarino planteó un show contundente, ambicioso, de estadio, con un listado a prueba de reacios. Vestido de impecable blanco y atacando al público junto a la explosión de garganta de Claudia Puyó, "El amor después del amor" fue el primer puñal directo al pecho de un estadio que no estaba muy seguro de lo que iba a suceder. Junto a una banda joven, rockera y fresca, Fito jugó a ser un tierno transformando al Monumental en un tazón de miel ("11 y 6"), un frontman bravo y bien al frente ("El chico de la tapa") y hasta le sacó lustre a su perfil tribunero haciendo gritar hasta la última bandeja con "A rodar mi vida". En el medio estrenó "Sin Luis", su propio homenaje a Spinetta con frases que se iban amontonando en las pantallas: "Hoy está llorando Buenos Aires / la vida no es vida sin Luis / saludos al Capitán, tu música me ha hecho brillar / la ciudad nunca te olvidará".
Ya sobre el final, el cantante lo cerró todo con oficio y precisión: silenció una multitud con "Un vestido y un amor", caminó el escenario explicando su teoría con "Dar es dar" y comandó el final subido a su propio karaoke en "Mariposa tecknicolor". Aunque con una clara deuda compositiva, pero con un desembarco que lo tuvo a cielo abierto a la altura de las circunstancias, Páez terminó entregando una imagen reconfortante. "¡Dios te bendiga, Buenos Aires!", fue lo último que dijo Fito, feliz y satisfecho, tras pelear duro por lo que le corresponde.
Por Juan Barberis
ROLLING STONE
Una limusina negra se trepa al escenario principal y la última jornada del Quilmes Rock ya tiene en posición a su invitado principal. Para cuando las pantallas terminan el repaso cronológico -año por año- por una de las obras más prolíficas de nuestro rock, Charly García ya está subido al groove de "Fanky" detrás de su piano de cola y entregándole metros al Negro García para que salga a batallar con el mástil de su guitarra apuntando directo al campo. Son las 21:40 del sábado y la noche nacional tiene de frente a su mejor padrino, de regreso frente a un estadio, post-apocalipsis, sobrio a las piñas, asumiendo el desafío. Nuevamente junto a The Prostitution, la ajustada banda constituida por mayoría chilena -aunque ahora junto a un trío de cuerdas, el bandoneón de Fernando Samalea y Rosario Ortega en coros-, García se propone un viaje turbulento pero equilibrado, ostentando su mejor forma en años.
Con remera de Almendra y brazalete de combate, algo dubitativo pero conmovedor, Charly recuerda de arranque a Luis Alberto Spinetta y traduce emoción y dolor en el primer verso de "Rezo por vos", cuando su voz afónica se parte algo épica con eso de "La indómita luz se hizo carne en mí...". "Tengo una gran sorpresa para ustedes. Ya lo conocen", dice ahora para abrirle paso a Pedro Aznar, uno de los primeros invitados de la noche, socio para una memorable versión de "Perro andaluz" de Seru Girán, el primer momento de magia plena sobre el escenario, con un García afinado que armoniza y se entrelaza con el timbre dulce de Aznar, que termina de elevarlo todo con un solo de sus graves. Para el recuerdo.
Después de "Anhedonia" e "Instituciones", más un intervalo (cuando la voz en off de Graciela Borges recita varias frases de Charly y el locutor pretende una defensa del cantante algo incómoda: "Si no sabemos por qué hacemos tantas cosas, ¿por qué juzgarlo?"), la segunda parte del show mantiene el nivel. En "Yendo de la cama al living", Charly empuña el micrófono y se anima a ir al frente. Notablemente más controlado y estático, y aunque tocando mucho menos, García se muestra centrado en la música y afinado, mucho más solvente en vivo que en sus épocas de caos. Siguen "Me siento mucho mejor", "Demoliendo hoteles" y "Los dinosaurios", y también los invitados. "¡Hey Juanse!", le tira al superboca para que avance, también con brazalete SNM, para cerrar una rockera versión de "La sal no sala". Después, automáticamente, el pulso baja con la postal esperada: Fito al piano y Charly en voz, pupilo y maestro, cargándose una cálida versión de "Desarma y sangra" llevando el estadio a una ovación cerrada, cuando Charly entona "no existe una escuela que enseñe a vivir" y todos sabemos de qué habla. La emoción final se imprime en ese abrazo de dos flacos de mil batallas que tanto le han ofrecido a nuestro cancionero popular.
"Les queremos agradecer tanta buena onda, la pasamos muy bien", saluda García, sonriente, en eterno regreso, mostrando el pecho una vez más antes de enfrentar "Eiti Leda" a dúo con la enérgica Rosario Ortega, y un bis rockero con "Popotito", para el agradecimiento general.
Antes...
Antes de todo aquello, Catupecu Machu, en su primera fecha del año en Capital, había redoblado esfuerzos por reivindicar la jornada nacional -después de tanta figura mundial pasando por ese mismo escenario- tocando con todos: Pichu Serniotti de Jauría, Germán Daffunchio y Gabriela Martínez de Las Pelotas ("El otro día compré la Rolling Stone y lo vi a Germán sonriendo", dijo Fer Ruíz Díaz para presentarlo), y El Mono de Kapanga ("El mejor frontman del país"). Minutos después, Las Pelotas había desandando su cancionero dual, de sanación ("Si supieras", "Que estés sonriendo") y de combate ("Capitán América", "Esperando el milagro"). Amagando permanentemente con mostrar algún tema nuevo, pero que finalmente evitó con celos, Daffunchio repitió la dupla con Ruíz Díaz y juntos recordaron a Luca ("¡Para que escuche el Chamán italiano, desde donde esté!", gritó Fer, siempre tan al palo) con una aguerrida versión de "El ojo blindado" de Sumo a modo de despedida.
Pero la sorpresa de la jornada, sin dudas, estuvo a cargo de Fito Páez. Antes de la llegada de Charly, el rosarino planteó un show contundente, ambicioso, de estadio, con un listado a prueba de reacios. Vestido de impecable blanco y atacando al público junto a la explosión de garganta de Claudia Puyó, "El amor después del amor" fue el primer puñal directo al pecho de un estadio que no estaba muy seguro de lo que iba a suceder. Junto a una banda joven, rockera y fresca, Fito jugó a ser un tierno transformando al Monumental en un tazón de miel ("11 y 6"), un frontman bravo y bien al frente ("El chico de la tapa") y hasta le sacó lustre a su perfil tribunero haciendo gritar hasta la última bandeja con "A rodar mi vida". En el medio estrenó "Sin Luis", su propio homenaje a Spinetta con frases que se iban amontonando en las pantallas: "Hoy está llorando Buenos Aires / la vida no es vida sin Luis / saludos al Capitán, tu música me ha hecho brillar / la ciudad nunca te olvidará".
Ya sobre el final, el cantante lo cerró todo con oficio y precisión: silenció una multitud con "Un vestido y un amor", caminó el escenario explicando su teoría con "Dar es dar" y comandó el final subido a su propio karaoke en "Mariposa tecknicolor". Aunque con una clara deuda compositiva, pero con un desembarco que lo tuvo a cielo abierto a la altura de las circunstancias, Páez terminó entregando una imagen reconfortante. "¡Dios te bendiga, Buenos Aires!", fue lo último que dijo Fito, feliz y satisfecho, tras pelear duro por lo que le corresponde.
Por Juan Barberis
ROLLING STONE