Refresco de un recuerdo: Cosquín Rock 2005, primera vez del festival en la comuna de San Roque, miércoles, casi 40 mil personas esperan la presentación de Charly García prevista para la medianoche. Pasa una hora: nada. Pasan dos: menos. Charly aparece a las 4, totalmente dado vuelta, y a José Palazzo, el mandamás, casi le da un bobazo. Venía de limusina la cosa. De rock star y tensión. Otro: el desastre con el sonido del año anterior, en la Próspero y así... García siempre había sido un tremendo problema para la producción del festival de la montaña. Pero el giro fue completo. Se le pide a Charly puntualidad para la prueba de sonido... y cumple. “Le dijimos ‘de 13 a 14.30’ y Charly estuvo ahí, ni un minuto más ni uno menos”, dirá Palazzo en la conferencia del cierre. A la noche, cuando debía cerrar la décima edición del festival, apenas se demoró siete minutos... Un pequeño lujo para el engranaje de la producción. 23.37, entonces, salió a escena –sobrio, sedado, gordo, rescatado– y una marea de gente se rindió a sus pies. Uno de los cuatro pilares base del rock argentino parece en buena forma. Algo lento, muy tranquilo, y con articulaciones parecidas a las del Capitán Escarlata, emergió en escena como la contracara del punk poguero y clásico de Die Toten Hosen, que ocurría enfrente, en el escenario que besa las sierras.
Así, aunque con las limitaciones del caso, el show del “nuevo García” rindió como uno de los más altos, en estética y emoción, de los varios que hubo el domingo, durante la fecha epílogo. Apoyado en una banda aceitada (el Negro García López, el Zorrito Von Quintiero, Hilda Lizarazu y el trío de músicos chilenos) y, reanimado por su nuevo estado, Charly armó un compilado perfecto de sus mejores canciones para que a casi ninguna de las 25 mil personas que asistieron se le ocurriera escapar de la lluvia. “No soy un extraño”, “Cerca de la revolución”, “Demoliendo hoteles”, “Promesas sobre el bidet”, “Rezo por vos”, “Yendo de la cama al living”, “Pasajera en trance”, “Nos siguen pegando abajo”, entre las previsibles. Más algunas gemas que corrieron el péndulo hacia el lado de la palpitación reminiscente. Vibración y sorpresa, incluso, porque, más allá de esa decena de canciones que saben todos, a García le dio por desempolvar otras con no tanta ruta en recitales: “Canción de 2x3”, por caso, o “Adela en el carrousel”. Al cierre, cuando el inmenso predio de la comarca era un bis climático de la noche anterior (una alfombra de barro y agua como efecto del diluvio) apareció Juanse para cargar de rabia una poderosa versión de “Mr. Jones”, lejano clásico de Sui Generis. “Este tema que voy a hacer pertenece a la prehistoria”, había anunciado Charly, que se bancó entero todo el recital, yendo del piano al micrófono.
Suma y síntesis, Charly, de un festival que transcurrió sin mayores sobresaltos. Al menos, puesto en comparación con ediciones pasadas más accidentadas, nerviosas y desopilantes (el libro Cosquín Rock, de Palazzo y Víctor Pintos, lo cuenta mejor). El show de los Ratones Paranoicos (apuntalado en el temple renovador de Pablo Memi) fue parejo, sólido y bastante hitero: “Sigue girando”, “Ruta 66” (con Panchito Estévez, de Mundo Alas, en armónica) y “Vampiro” entre ellos. El de David Lebon, casi un cancionero de su último disco, Déjà Vu, mechado con inevitables de ocasión: el viejo y querido “Hombre de mala sangre”, entre ellos. El de Babasónicos, compacto y con un nivel de sonido poco habitual para la banda glam nacida en los suburbios, y el de G.I.T, una pequeña decepción: el regreso de Guyot, Iturri y Toth, demasiado acorazado en estrategias mediáticas, duró apenas dos temas y encima en uno (“Es por amor”) Toth se olvidó la letra.
Mientras, por uno de los escenarios de atrás pasaba Massacre con un show bizarro (Walas salió a cantar con una máscara de luchador mexicano, y calzas grises y negras) y potente, a caballo de dos hits impecables: “La reina de Marte” y “La octava maravilla”. Attaque y Carajo cumplieron, y Viticus les puso calentura vintage a las sierras. Tres guitarras y a matar con un set poblado por rémoras de Riff (“Macadam”, versión interminable de “Mucho por hacer”, “Ruedas de metal”) y los propios de Viticus ungidos por esa fórmula sureña que nunca falla.
Festival sin sobresaltos –se insiste–, en el que la tercera y última noche no fue excepción. Festival “casi” sin sobresaltos, aunque con cierta sal en los detalles: el tremendo e inolvidable recital de Skay de la primera luna (tardaron ocho meses para convencerlo), el giro de Charly, la forma en que Willy Quiroga convenció a los organizadores para que invitaran a Vox Dei (“Nosotros nos rompimos el orto para que el rock sea lo que es hoy”, dijo el viejo bajista); la confusión sonora en el medio del predio (en un momento Attaque, Viticus y Ratones parecían una sola banda) y los tapones de punta de Gamexane para recordar a los ausentes con aviso mientras Todos Tus Muertos salía a tocar: “Gracias Callejeros. Sigan quemando gente, hijos de puta”.